Julio Daniel Jirón Solís. La praxis económica de la Iglesia en la Edad Media.

Maestrante Julio Jirón

Pastor y Teólogo Pentecostal

Iglesia de Dios de Nicaragua

Managua, Nicaragua

20 de septiembre de 2018

Esta es una breve exposición sobre como la iglesia construyo su poder económico en la Edad Media, son ideas principales y notas basadas en los Estudios de Mauro Olmeda (1977) El Poderío Económico de la Iglesia en la Edad Media. Madrid: Editorial Ayuso.

1. TRADICIÓN SECULAR DEL PODER ECONÓMICO DE LA IGLESIA EN LAS SOCIEDADES PRECLASISTAS

Igual que las demás instituciones feudales, la posición prominente que ocupa la Iglesia en el cuadro político y económico de la Edad Media tiene una tradición secular que se remonta a las primeras etapas del nacimiento y desarrollo del poder político en las sociedades preclasistas. Los templos caldeos, unos quince o veinte siglos antes de nuestra era, desarrollaban las siguientes funciones: Eran centros de explotaciones agrícolas muy importantes, establecimientos de crédito y mano de obra barato y de asistencia social, ostentaban una parte de las funciones judiciales y formaban a los escribas.

En Egipto, por obra de los Tolomeos, dice Rostovtzeff, terminó el monopolio o acaparamiento industrial que ejercían los sacerdotes y un rasgo interesante de la vida económica del Imperio es la supervivencia de la actividad bancaria en algunos grandes templos de poderosa influencia.

En Grecia, el fondo o patrimonio de los templos de Delos consagrados a Apolo tenían entre sus fuentes de ingresos los procedentes de préstamos hechos al Estado y a particulares, además del producto del arriendo de las tierras de las casas sagradas.

Estrabón hace excelentes descripciones de las funciones sociales y políticas de los templos del Ponto, Armenia y Capadocia, donde los grandes sacerdotes y sus colegas eran dueños y señores de todos los habitantes del templo mismo, de la ciudad del templo y de la población de la región. Todos éstos eran esclavos del dios y de la diosa.

En el reino atalida de Pérgamo, los templos eran grandes y ricos, algunos de ellos insertados a la ciudad, en cambio otros eran centros de distritos rurales, eran administrados por sus respectivas ciudades como en Éfeso, Clarus y Sardis, y como algunos de ellos eran muy ricos y jugaban un papel muy importante en la vida del país como centros de acopio e industria, los atalidas se vieron seducidos a controlar sus finanzas y el derecho a disponer de sus ingresos y de sus tierras.

En el imperio seléucida los reyes, como representantes del dios en la tierra, como «ungidos del señor» exigían fuertes contribuciones de los templos ricos de su reino y no dudaban en acudir a la fuerza si los sacerdotes no cumplían con sus exigencias. En las ciudades griegas había bancos de los templos de la ciudad misma y bancos privados, y en la época helenística se desarrollaron los bancos de los templos y de los particulares.

El reverendo E. W. Watson puntualiza de este modo la proyección de las instituciones paganas de los bárbaros europeos en la modelación de las primitivas instituciones eclesiásticas del cristianismo:

El sacerdote cristiano es el heredero de su sucesor pagano. Se disponen de  pruebas según las cuales el jefe de una comunidad de aldea era originalmente el sacerdote, que el templo era virtualmente suyo, que en el curso del tiempo delega el ejercicio de la función sacerdotal en un delegado suyo, reteniendo la propiedad, Así, cuando la comunidad, siguiendo el ejemplo de su señor, se hizo cristiana, existía ya una fuente obvia de sostenimiento del sacerdote del nuevo culto. Lo sostendrían del mismo modo y lo elegirían de igual manera. Así, la Iglesia heredó del paganismo el patrón eclesiástico.

En vista de estos antecedentes no es difícil entender la posición jerárquica de los obispos de los primeros tiempos de la Iglesia en el cuadro político general de la época. El obispo o sacerdote, bajo el sistema del Imperio Romano cristiano, era un autócrata.

Al hundirse el poder de Roma y desintegrarse el sistema administrativo basado en la exacción de tributos, se cerraron las fuentes de donde afluían los socorros a los pobres. Esta misión pasó entonces a la Iglesia. Constantino reconoció este importante papel, concediendo parte de los abastecimientos de trigo que hasta entonces el Estado dedicaba a tal fin.

Una vez ya organizado el sistema episcopal, el Papa Simplicio establece que a partir del año 465 las rentas de la Iglesia se dividieran en cuatro partes, una para los obispos, otra para la fábrica de la iglesia, otra para el sustento de los clérigos y otra para ser distribuida entre los pobres y los forasteros.

2. EL ORIGEN DEL PODER ECONÓMICO DE LA IGLESIA CRISTIANA Y SU INTEGRACIÓN EN EL SISTEMA FEUDAL

En el siglo v había aumentado extraordinariamente la propiedad de la Iglesia. Ya antes de esta época Constantino concedió a la Iglesia el derecho de adquirir riquezas. Durante el siglo v se implementó la costumbre de nombrar heredera a la Iglesia cuando  carecía de hijos y se hacían donaciones de parte del patrimonio para la salvación del alma. Este proceso determinó desde el principio una tendencia de índole financiera que empodero vitalmente incluso las actividades religiosas de la Iglesia.

El ideal de los cristianos primitivos se refugió en el ascetismo que originó la vida monástica

La comunidad cristiana medieval especializó en él en cierta forma la eficacia moral con vistas a la salvación. De aquí las numerosas donaciones que eran objeto, los monasterios se hicieron ricos y poderosos administrando vastos dominios y dirigiendo un numeroso personal,

Obispos y monjes administraban sus dominios tan duramente como los señores y exigían los diezmos y los tributos con análogo rigor.

3 DESARROLLO DEL PODER ECONÓMICO DE LA IGLESIA

La extensión de la propiedad territorial y la cuantía de la fortuna de la Iglesia durante la Edad Media y en los tiempos modernos no han sido conocidas nunca. Boissonade opina que la Iglesia llegó a poseer entre los siglos X y XI de un tercio a la mitad de la propiedad inmueble de la Europa occidental. En la España medieval, según la documentación visigótica y las actas legislativas de 1351 y 1428, el desarrollo de los bienes del clero era extraordinario. Una investigación hecha con fines fiscales en 1656 declara que en los reinos de Castilla y León una sexta parte de la propiedad territorial pertenecía a la Iglesia. En tiempos de Luis XIII la Iglesia parece haber obtenido una tercera parte del suelo francés. En 1380 el Parlamento inglés señalaba que la Iglesia poseía una tercera parte de la Isla.

La Iglesia, gran propietaria, estimaba la propiedad de los fieles como una posesión fiscalizada por ella misma. El rico era un ecónomo por cuenta de la providencia divina y su oficio consistía en dar limosna a los pobres. La fortuna era considerada por la Iglesia como un favor divino que los ricos debían compensar dando una parte a los monasterios y a la Iglesia administradora de los bienes de los pobres. Existían además otras prácticas no de menor importancia de carácter imperativo: la Iglesia tenía derecho a una participación en cada ejecución testamentaria. Estaba tan generalizado el uso de los legados destinados a obras pías, que se estableció como norma entre los superiores eclesiásticos o laicos el derecho a designar para tal fin una parte de los bienes de los que fenecían sin testar. El jesuita católico Chénon explica este hecho del manera siguiente: «La Iglesia, que ha introducido en la Galia franca el testamento, desconocido por los germanos, demandaba que todo fiel hiciese antes de su muerte algún legado piadoso por la salvación de su alma o de lo contrario se le consideraba inconfeso.»  Un sínodo de París de 1212 descubría los abusos de poder y manipulación de la fe que ejercían los confesores sobre los moribundos.

En los siglos XIII y XIV, la época de emancipación de los siervos y de prosperidad urbana, La edificación de iglesias y abadías durante este período fue uno de los medios más visibles y poderosos de atraer recursos a los tesoros eclesiásticos.

Precarios

Otro manera de apropiación que ha tenido gran importancia en la génesis de la propiedad de la Iglesia en la primera parte de la Edad Media, ha consistido en los contrato de precario, por medio del precario se transformaba la propiedad plena de una tierra o explotación rural en una forma de posesión. La Iglesia pasaba a tener el dominio plenipotenciario y el antiguo propietario transformado en precarista conservaba el usufructo. El precarista quedaba exento de las alternativas e incertidumbres de la economía agraria a cambio de la obligación de pagar a la Iglesia una cuota fija; la propiedad quedaba acogida al privilegio fiscal eclesiástico, y la seguridad personal del productor quedaba así más garantizada que en su condición precedente. A su muerte la tierra que había sido suya pasaba a poder de la Iglesia y se suponía que este donativo póstumo salvaba su alma.

4 EL CLERO SECULAR Y REGULAR DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA ECONOMÍA FEUDAL

El catolicismo establece la distinción entre el clero secular y las órdenes religiosas en función del grado de renunciamiento. El clero secular renuncia solamente al matrimonio -vive en el siglo-; los religiosos renuncian, además, a los bienes de la tierra y a la voluntad propia, quedando subordinados en cuanto a su economía privada y a la monástica, a la administración de un ecónomo y de un superior. Según esta teoría de los grados de renunciamiento, la vida en común y la pobreza son las características de las formas más perfectas del estado clerical: la vida monástica.

5 POSICIÓN TEÓRICA DE LA IGLESIA RESPECTO AL TRABAJO DE MANUFACTURA DURANTE LA EDAD MEDIA

Numerosos historiadores católicos sostienen hoy que durante la Edad Media la Iglesia dignifico el trabajo manual. La revolución moral que fue el resultado no es dudoso, pero la revolución económica no fue menos real ni menos eficaz. Los padres de la Iglesia, en las postrimerías del Imperio Romano, orientaban la sumisión de los esclavos. Los doctores de la Iglesia medieval también encontraban justificada la esclavitud.

En tiempos modernos la Iglesia Católica siguió la tradición esclavista cristianismo primitivo: en el siglo XVI, consultados por el Consejo de Indias, los jesuitas encontraban legítima la esclavitud de los negros en América. «Tanto en los siglos XVII y XVIII como en el XVI», dice Georges Scelle, «el papado no condenó la trata negrera ni la esclavitud, ni tomó partido contra estas instituciones.»

6 RECLUTAMIENTO DE LA MANO DE OBRA PARA LA EXPLOTACIÓN DE LOS BIENES DE LA IGLESIA

Al estudiar la organización del trabajo en los monasterios los autores católicos han tratado de justificar la obligación de trabajar basándose en consideraciones religiosas y en los textos sagrados; pero lo cierto es que en la primera fase de la vida monástica los monjes se vieron precisados a subvenir directamente a sus necesidades mediante el trabajo propio. Sin embargo, cuando las comunidades se desarrollaron los monjes hicieron trabajar para ellos a sus siervos y esclavos.

Entre los siglos VI y X la Iglesia hizo numerosas adquisiciones de esclavos que le eran regalados junto con las tierras.

Entre los siglos X y XIII abundaron los casos de individuos que se daban ellos mismos como siervos a los establecimientos religiosos; la mayoría eran libres y lo hacían voluntariamente. En los siglos V y VI, según el benedictino Besse, los monjes recurrían a los servicios de jornaleros, y agrega que otros domésticos y esclavos tenían a su cargo los trabajos más duros.

7 ADMINISTRACIÓN DE LAS FINANZAS DE LAS ABADÍAS

El contenido de la economía monástica era por su forma de administración totalmente distinta del de la señorial; era un sistema económico autónomo. La economía monástica ha sido una organización del trabajo colectivo bajo una dirección única, con reglas precisas de disciplina, con fines de apropiación en común, fundado en la limosna. La economía monástica era especialmente una organización de producción. Cada abadía era una unidad económica sin relación de dependencia las demás de la Orden.

Este sistema de administración descentralizada dio lugar a abusos de parte de los beneficiarios de los oficios, puesto que con el tiempo dejaron de considerarse simples administradores y se apropiaron las rentas adscritas al oficio con la sola carga de pagar los gastos de éste.

Para Normandía el siglo XIII parece ser el período de transición del sistema de oficio al de beneficio. Los registros episcopales de la diócesis permiten observar este proceso de conversión, porque constantemente el arzobispo reitera a los oficiales la necesidad de llevar cuenta escrita, y rendir cuenta de gastos de los fondos confiados al abad, ayudado por una comisión de monjes. La reiteración de la orden demuestra que no era observada.

8 LAS ABADÍAS COMO INSTITUCIONES DE CRÉDITO DURANTE LA EDAD MEDIA

La doctrina de la Iglesia sobre la usura, durante la Edad Media, figura en lugar prominente en cualquier historia de las doctrinas económicas referentes a aquel tiempo. En su forma genuina fue expuesta por Gregorio Nazianceno y por Ambrosio de Milán. Gregorio advertía a los fieles que no debían buscar ganancias del oro ni de otros metales preciosos, es decir, de objetos que no pueden dar frutos. En la Iglesia Romana, Ambrosio de Milán formuló la doctrina que proclamó la Iglesia durante mil años. Según la teoría eclesiástica, así formulada, lo que acrece al capital constituye explotación.

En primer término debe establecerse, sobre la base de pruebas que son del dominio general en la historia de la economía, que la prohibición de la usura no sólo no representa una posición peculiar y exclusiva de la Iglesia, sino que es tan antigua como la explotación misma. «La teoría de la explotación fue formulada por los antiguos filósofos griegos y romanos por una parte y por los teólogos judíos y cristianos de otra», La primera prohibición de la explotación se encuentra en el código Moisés (levítico. XIV: y Deuteronomio XLII: 20). La restricción se aplicaba solamente a los judíos. De los extranjeros se podía tomar interés.

Los antiguos filósofos de Ática adoptaron asimismo una actitud negativa hacia la explotación. La razón de esta actitud, que a su vez inspiró la doctrina de los teólogos sobre la explotación durante la Edad Media, está basada en el punto de vista de Aristóteles respecto a la naturaleza del dinero. El estagirita sostenía que el dinero es un objeto inorgánico que se emplea como medio de cambio y que por lo tanto no puede producir dinero. Quien pide dinero por el préstamo de dinero hace que éste engendre dinero a su vez y actúa por lo tanto contra las leyes naturales, decía Aristóteles.

Al prohibir el préstamo con interés, dice Genestal, y al hacer mencionar esta prohibición en las leyes civiles, la Iglesia no ha matado el crédito en la sociedad de la Edad Media. Respecto a la tasa del interés, de varios ejemplos examinados por Genestal éste llega a la conclusión tipo siguiente: una tierra que tiene un valor de venta como 100 produce 10. El acreedor que la toma en garantía no da más que 66.66; coloca por lo tanto su dinero a 10 por 66, o sea, a quince por ciento. Tal sería el tipo de interés cobrado hoy en condiciones análogas. Resultaría un préstamo muy usurero, puesto que produce un interés elevado además de la renta ordinaria del capital. Como garantías del préstamo con mort gage se encuentran afectadas tierras, iglesias, molinos, diezmos, derechos de mercado y prebendas.

El crédito concedido a los cruzados

Abundan pruebas demuestran de que los nobles, al partir para las Cruzadas u otras expediciones, dejaban sus tierras hipotecadas hasta su vuelta a los monasterios. Importa entonces precisar cómo funcionaba el crédito en esas circunstancias y qué consecuencias ha tenido para la riqueza de la Iglesia.

Cuando se organizó la primera Cruzada en el año 1091 sucedió que los bienes de los cruzados debían quedar bajo la protección de la Iglesia; en cada diócesis el obispo se encargaría de su tutela y velaría por que fuesen restituidos a sus dueños. Ésta fue la regla en todas las Cruzadas.

9 LAS HEREJÍAS MEDIEVALES Y SU SIGNIFICACIÓN EN LA HISTORIA DE LA LUCHA DE CLASES

En su estudio sobre la guerra de campesinos en Alemania, Federico Engels descubre en el fondo social de las herejías que se manifiestan en los últimos tres siglos de la Edad Media y en el primero de la Edad Moderna, una de tantas manifestaciones de la lucha de clases, de análoga significación que las revoluciones urbanas y las sublevaciones campesinas de la misma época, con cuyos movimientos aparecen siempre confundidos unas y otras herejías.

«También en las guerras religiosas del siglo XVI se trataba sobre todo de intereses materiales y de clase muy positivos y estas guerras fueron luchas de clases… El hecho de que estas luchas de clases se realizasen bajo el signo religioso y de que los intereses, necesidades y reivindicaciones, de las diferentes clases se escondiesen bajo el manto religioso, no cambia en nada sus fundamentos y se explica teniendo en cuenta las circunstancias de la época.“ El dogma de la Iglesia era al mismo tiempo axioma político y los textos de la Iglesia tenían fuerza de ley en todos los tribunales.

La jurisprudencia permaneció baja la tutela de la teología, esta supremacía teológica se debía a la posición singular de la iglesia como símbolo y sanción del orden feudal. De manera, que todo ataque al feudalismo se dirigía primero a la iglesia, y que todas las doctrinas revolucionarias, sociales y políticas, debían ser en primer lugar herejías teológicas. Las herejías que a partir del siglo XI provocan agitaciones y luchas entremezcladas con las luchas civiles urbanas y con las revolución campesinas concentran sus ataques contra la Iglesia, más por razones económicas que dogmáticas.

George Cross, dice al respecto: «La herejía medieval difiere de la antigua principalmente en que su interés fue especialmente eclesiástico y práctico más bien que doctrinal” aunque tuviera también este carácter.

En los decretos de los concilios y en los sermones abundan los reproches y las acusaciones contra los sacerdotes: «No conocen otro Dios que el dinero, tienen una bolsa en el sitio del corazón», exclama Inocencio III. Los cistercienses comerciaban a las puertas de los monasterios, en las ferias y en las tabernas; se entregaban al negocio, se mezclaban en la vida secular. Desórdenes, rebeliones y luchas intestinas invadían la mayoría de los monasterios, dividían las órdenes y mantenían una agitación perpetua.

10 LA IGLESIA, LA POBREZA Y LAS HEREJÍAS.

«Las órdenes mendicantes», dice Inchausti, «fueron organizadas como una adaptación eclesiástica de las colectividades espontáneas de mendigos de los siglos anteriores. La Santa Sede había dado una verdadera consagración a este tipo de organizaciones derivadas de la fe popular. Estos movimientos fueron vigorosos en el siglo XIII. Las órdenes mendicantes habían sistematizado la mendicidad, su sistema consistía en enviar constantemente monjes que salían a mendigar o pedir y que iban provistos de recipientes adecuados para recibir los donativos en especie, ya fueran sólidos o líquidos.

A fines de ese mismo siglo la mendicidad preocupaba seriamente al pontificado. El enriquecimiento de las órdenes mendicantes había provocado anteriormente en el seno de la Iglesia, de parte del clero secular y de las órdenes rurales, interpretaciones contradictorias sobre la pobreza clerical considerada desde el punto de vista de la propiedad individual y colectiva. Francia y Castilla, vinieron a consagrar la transformación consumada del concepto eclesiástico de la pobreza.

11 DIFUSIÓN DE LAS HEREJÍAS MEDIEVALES.

George Cross, señala, la expansión de las herejías Medievales, lo asombroso de su rápida difusión.   Apareció súbitamente en el siglo XI y en poco tiempo se extendió por todo el Continente, desde Bulgaria en el Este hasta España en el Oeste y desde Inglaterra en el Norte hasta el centro de Italia recibió su influencia.

Los herejes fueron especialmente numerosos en el sur de Francia, en Suiza y en el norte de Italia, pero los hubo en gran cantidad en París, Orleáns y Reims; en Arras, en Cambray y en los Países Bajos; en las ciudades alemanas de Goslar, Colonia, Treveris, Metz y Estrasburgo; en Hungría, en los condados del sureste de Inglaterra y en Cataluña y Aragón. Toda la estructura de la Iglesia papal estuvo en peligro de derrumbarse y sólo las medidas más violentas adoptadas en colaboración con las autoridades seculares pudieron derrotar a los rebeldes… aunque no definitivamente.

En 1250, la noticia de la derrota y de la prisión de San Luis en Tierra Santa fue el pretexto para una formidable insurrección agraria de los pastoreaux. Esta rebelión, que se presentó bajo el aspecto religioso de una cruzada espontánea para liberar al rey.

Como es sabida la secta heterodoxa que de modo más visible amenazó la estabilidad de la Iglesia fue la de los albigenses o cátaros en el siglo XIII. En esta secta, los sacerdotes, se llamaban perfectos, pertenecían a las clases trabajadoras, practicaban el ascetismo y la comunidad de bienes que no parece haber sido diferente de la usual en las órdenes monásticas.

Cuando se inició la represión inquisitorial con su cortejo de confiscaciones de bienes, los nobles abandonaron la secta albigense y la suerte de ésta la siguieron desde entonces los que no tenían.

La secta contemporánea de los albigenses fue la de los valdenses o pobres de Lyon antes citada, que también reclutaba sus adeptos entre los plebeyos, especialmente entre los tejedores. En su origen se extendió por Suiza, Saboya y la diócesis de Mans. Prescindían de los sacerdotes, de los sacramentos, y condenaban la oración, el servicio militar y la propiedad individual. La secta se extendió por el mediodía de Italia y Aragón, de donde los expulsó Alfonso II en 1194.

Las herejías desde el punto de vista de la lucha de clases.

Al estudiar las herejías en su relación con las luchas de clases, dice Engels, encontramos desde el siglo XII las huellas de las divergencias que separan la oposición burguesa de la campesina y plebeya y que motivaron el fracaso de las guerras campesinas.

La herejía de las ciudades, que es en cierto modo la herejía oficial de la Edad Media, se dirigía principalmente contra los curas, atacándolos por su riqueza y por su influencia política. Exigía la restauración del cristianismo primitivo con su aparato eclesiástico simplificado y la sustitución del sacerdocio profesional. En Alemania, como en el sur de Francia, como en Inglaterra y Bohemia, la mayor parte de la pequeña nobleza se solidarizó con la herejía de las ciudades en la lucha contra los curas, lo que pone de manifiesto la dependencia en que las ciudades tenían a la pequeña nobleza y la comunidad de intereses de aquéllas y de ésta frente a los príncipes y prelados.

La herejía que expresaba los anhelos de los pobres y campesinos, y que casi siempre daba origen a alguna sublevación, tenía un carácter muy diferente. Pedía la instauración de la igualdad cristiana entre los miembros de la comunidad y su reconocimiento como norma de la sociedad entera. La igualdad de los hijos de Dios debía traducirse por la igualdad de los ciudadanos y hasta por la de sus haciendas. La nobleza debía ponerse al mismo nivel que los campesinos, y los patricios y burgueses privilegiados al de los pobres.
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