William U. Rodríguez Arce. Por una Ética en la política en Nicaragua – perspectiva critico apostólica-

Dr. William Ulises Rodríguez

Teólogo de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús

Doctor en Ciencias de la Educación

Master en Historia del Cristianismo

Licenciado en Teología

Director de la Escuela de Post Grado

Universidad Evangélica Martin Luther King Jr.

01 de octubre de 2018

Managua, Nicaragua

Introducción.

Es casi una obligación que al hacer una reflexión sobre “ética, política y democracia en el contexto de un mundo en un proceso de transformación”, necesariamente nos lleva, no solo recordar o referirnos al viejo debate, sobre las relaciones de la política con la ética. Sino que nos exige hacer un análisis de la realidad socio-cultural de nuestros países, que casi siempre se está cuestionando la moralidad de su liderazgo y su participación en la vida política, como también nos obliga a buscar posibles criterios u orientaciones para afianzarla y mejorarla.

Por lo tanto, se trata de hacer una aproximación que nos pueda indicar la vigencia de la ética en la política, como también señalar los aspectos socio-culturales que condicionan la política en la realidad nicaragüense y centroamericana y cómo estos elementos impactan en las débiles democracias de nuestros pueblos.

Es bueno considerar, cómo las medidas aplicadas de las políticas de gobiernos en un mundo de cambios inciden en los modelos de democracia, y, por otro lado, señalar que siempre se está considerando a los Estados Unidos como el mejor modelo de la democracia.

Cabe recalcar que, durante mucho tiempo los generadores de opinión pública, desde distintas disciplinas y circunstancias, intereses y ámbitos han sostenido, que la política y los políticos son malos. Esto sucede porque existe una ausencia real en el accionar político de categorías ético-morales y esta ausencia ha abierto las puertas de la corrupción. Experiencia muy amarga que ha tenido que pasar el pueblo nicaragüense, entre otros países latinoamericanos.  El comportamiento político está divorciado de los valores éticos morales[1].

Por otro lado, el problema radica en el sistema, el sistema político que se emplea en nuestras democracias latinoamericanas no sirve, y no funciona porque es corrupto, por lo tanto, por mucha ética que se pueda tener, el sistema no permite incluir estos valores, porque con ellos es infuncionable.

La ética en la política

Cuando hablamos de ética nos referimos a esa parte de la filosofía que trata de la valoración moral de los actos propiamente del ser humano, principios y normas morales que regulan las actividades de los individuos, entre ellas tenemos: ética profesional, ética de la información y ética política.

Según Aristóteles, como creador de la política, decía que, todo arte, toda investigación y, de la misma manera, toda acción y opción, es de presumir, y estas tienden a un bien; por este motivo, se ha afirmado con tino que el bien supremo es aquello a que tienden todas las cosas.

Por lo tanto, cuando hablamos de ética política propiamente nos estamos refiriendo a esa teoría sobre la práctica de los valores[2]. Esta es una ética en concreto, ya que ella es ante todo una categoría histórica, que a través de los tiempos va cambiando en las civilizaciones. Por ello, hablamos concretamente de la ética del político, de sus actos como político. Entonces podemos decir que la ética del demócrata es distinta a la ética del republicano, o a la ética del social demócrata o a la ética de la internacional socialista. Entonces nos asalta la pregunta: ¿Cuál será entonces el referente axiológico de nuestra ética en los políticos nicaragüense en este contexto?.

Las actuaciones e interpretaciones en política como norma, han de estar regidas por el comportamiento ético. La ética política ordena tener en cuenta las consecuencias de las propias decisiones tomadas en las distintas circunstancias. Obviamente que, esto obliga a actuar de modo necesario si el fin que se persigue es honesto. Por tanto, la auténtica actividad ética en el desempeño de un político en un puesto público se rige por la responsabilidad.

El asunto de la ética y la política nos obliga recordar el viejo debate que ha existido a través de los tiempos, de que, si la política debe o no someterse a patrones éticos o, en otros términos, si la moral es o no aplicable en el ámbito de la actividad política.

Obviamente, que aquí el mal entendido de maquiavelo, sigue creyendo que la política es una actividad completamente ajena a la moral, que los valores éticos no tienen aplicación y que lo único importante es obtener el poder, no importando el medio.  ¿En esto consiste el éxito de los políticos hoy? Si esto fuese así, entonces el debate que nos ocupa carece de sentido. Porque, partiendo de esta tesis, entonces lo que vale es obtener el poder y no importa como. Y el poder se puede obtener con o sin ética.

Hoy en día los políticos interpretando de una manera equivocada a Maquiavelo[3] parten de esta lógica y del supuesto que propone Maquiavelo. Esta lógica tiene bastante vigencia en la realidad política nicaragüense. Hoy en día el éxito en política se mide cuando logras tomar posesión del poder. Es aquí donde parece que la política pierde su sentido de ser. La política es para Maquiavelo “el arte de conquistar el poder”. Obviamente que, ese arte nos es solamente la búsqueda del poder, sino el de buscar un ideal. Es la búsqueda del bien común, el bien de la polis. La política es una actividad viva, que se adapta, es flexible y conciliadora. La política es la forma de gobierno de las sociedades libres. La política es política, es la ciencia de las ciencias. Es el elemento esencial que facilita que las actividades de la sociedad armonicen. Es el instrumento propicio para el desarrollo de la solidaridad, la justicia y la fraternidad[4]. Es bueno decir que, todo ser humano debe de buscar el Bien y ese bien puede ser el Bien político, es decir procurar hacer el bien para beneficio de la comunidad.

Por consiguiente, la ética es una forma de la política.  Este es el Bien hacia el que todos los políticos deben aspirar, buscar el bien común.  Vivir bien y obrar bien es sinónimo de vivir en paz y, por lo tanto, es ser feliz. El bien aquí se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares.

Es bueno señalar que, históricamente no existe una ética, sino varias éticas, las cuales emergen de fondos complejos que llamaríamos las “costumbres”, fundadas en la experiencia y en el tiempo. La ética temporal pese a ello no es algo natural, porque la naturaleza no se modifica con la costumbre, con el ethos”, dice Aristóteles[5].  Más bien, tiene algo que ver con nuestros comportamientos que tiene una radical referencia que es la justicia y ella es, además, la Justicia Política, es decir, aquélla que se realiza en el marco de la polis, de la comunidad, la cual debería estar constituida por personas libres e iguales.

Si no existen estos atributos no es posible la justicia política de los unos respecto a los otros, sino la justicia en un cierto sentido y por analogía.  Algo similar acontece con la política y la ética. No existe, históricamente una comunidad plenamente libre y plenamente justa. La desigualdad es una característica de la sociedad política actual, la cual por esto tiene un elemento esencial de limitación que es la Ley.  Esta a su vez debe estar custodiada y tutelada por los magistrados, por los hombres “sabios y justos”.

La política debe ser entonces, la actividad humana, donde la sociabilidad y la permanente presencia del otro, genere elementos constitutivos de una cultura política en la democracia.

Ahora bien, en todo proceso de democracia, triunfa el partido que en las elecciones logra una mayoría de la masa votante. Triunfa el político que es llamado a gobernar. Lo contrario sucede en un régimen de facto, triunfa el caudillo que logra someter e imponerse sobre los demás y por último se quiere convertir en dictador y busca por cualquier medio prolongar su gobierno.

Obviamente que el poder constituye la gran tentación de los políticos. Y muchos han sido incitados y han caído en esa tentación. Cuando se habla de poder es bueno saber de qué poder estamos hablando. Siempre se ha hablado de que el poder es muy peligroso y el poder total aún más peligroso. Si bien es cierto que el poder es necesario para gobernar, pero también es muy peligroso. Si en un modelo de democracia el poder este concentrado en una persona o en un grupo, entonces es muy peligroso para el pueblo.

También es bueno decir, que los partidos políticos que están en la oposición, buscan el poder, porque este les permitirá realizar los cambios que ellos creen necesarios. Obviamente, que la experiencia con nuestros políticos ha sido lo contrario. Porque tan pronto se alcanza se advierte que, aun en el poder, no se puede hacer todo lo que se quiere. Obviamente, porque nunca se tiene todo el poder, el poder adquirido en este caso, es relativo únicamente.

La historia nicaragüense está plagada de sórdidas maquinaciones, traiciones, pactos, peculados, enriquecimientos ilícitos y otros males. Es la lógica inevitable de la política en busca del poder, en que el fin justifica los medios y para cuyo éxito Maquiavelo aconseja a su Príncipe “aprender a no ser bueno”. Por eso es que se afirma la tesis que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto tiende a corromperse absolutamente”. Es aquí donde se parte del supuesto que en la política solo triunfan los que no tienen valores éticos y morales, los que mienten, los que no dicen la verdad. El anhelo de poder, sumado con la avaricia o inmoderado afán de enriquecimiento fácil, se convierten en los principales factores de la corrupción que tanto daño le ha hecho al pueblo nicaragüense y es siempre una amenaza contra el Estado y la sociedad.

Por lo tanto, es necesario que los mecanismos políticos, administrativos y jurídicos contribuyan a la separación de los poderes. Tomando la base de todo ordenamiento democrático, que Montesquieu propuso precisamente para que “el poder detenga el poder”.  Los riesgos de corrupción y de abuso del poder público solo podrán erradicarse mediante un cambio cultural sobre la naturaleza y fin de la política. Mientras se crea, que la política es una actividad ajena a la moral, y que los valores éticos no tienen aplicación en la política, y que lo único importante es lograr ganar, conservar y acrecentar el poder, fin cuyo logro justifica cualquier medio, esos riesgos de corrupción y abuso mantendrán viva su amenaza a la débil y vulnerable democracia nicaragüense. Si, a la inversa admitimos que la política, en cuanto forma de actividad humana, está regida por la ética, y que precisamente se ocupa de los actos humanos en cuanto al bien o al mal que ellos entrañan, tendremos que admitir que el fin de ella no es el poder, sino el bien común.

Con respecto al poder, este no es más que un medio a su servicio, y que este medio es siempre limitado por la dignidad de la persona humana, cuyos derechos esenciales debe no solo respetar, sino también promover. Planteadas las cosas en esta perspectiva, cambia el concepto de lo que en política se entiende por verdadero éxito.

Objetivamente, la razón nos dice que un gobierno tiene éxito cuando su política y sus realizaciones satisfacen las aspiraciones más sentidas de su pueblo, le permiten vivir en paz, justicia, libertad y bienestar y significan progreso, independencia y prestigio para su Nación.

A fin de encontrar algunas orientaciones o directrices partiendo de los principios y criterios expuestos, es posible que se pueda dilucidar gran parte de los cuestionamientos éticos que surgen con relación al acontecer político. Tales como: el tema de los medios legítimos para conquistar el poder político y para retenerlo. El uso inadecuado del aparato estatal para fortalecer el poder político personal o partidista. El de la corrupción; el del rol que juegan los medios de comunicación como instrumento de proselitismo, de desprestigio a los adversarios y de tergiversación de la verdad. El respeto al honor y dignidad de las personas; y el de la separación o los límites entre la vida pública y privada.

Esto tiene que ver con la inmunidad de funcionarios públicos y su vida privada. Todas estas situaciones tienen que ver con los valores éticos y morales, entre otros la verdad, la justicia, la dignidad u honor de las personas y el respeto a los derechos humanos del otro, que por su naturaleza deben prevalecer.

Realidad socio-cultural nicaragüense

Para tener una aproximación en el análisis, es importante considerar las circunstancias propias de la realidad nicaragüense, que es el reflejo de la realidad centroamericana. Nuestro análisis se ha referido al tema de “la ética y la política” en un sentido abstracto, en un plano meramente conceptual, sin tomar en cuenta las circunstancias propias de la realidad nicaragüense que es muy importante para el análisis.

Por lo tanto, partimos que Nicaragua como país latinoamericano es muy joven. Resultado de la mezcla de los pueblos aborígenes y españoles europeos que llegaron a partir del siglo XV, primero como conquistadores y después como colonizadores e inmigrantes.

A partir del siglo XIX se les puso fin a los periodos de conquista y colonial, a través de las revoluciones de la independencia, sin embargo, han dejado así en nuestra sociedad una fuerte huella de dominación como herencia colonial. Las sociedades latinoamericanas han sido y en gran medida siguen siendo sociedades bastantes heterogéneas, marcadas por el signo de la desigualdad en que conviven sus diversos estratos, niveles o clases sociales.

Por otro lado, a pesar de que nuestras constituciones han proclamado solemnemente la igualdad ante la ley, lo cierto es que esa igualdad sigue siendo una letra muerta. En mayor o menor medida, en algunos países latinoamericanos subsisten profundas asimetrías entre sectores, los antiguos propietarios de la tierra o sus sucesores, los cuadros militares superiores, los grandes y medianos empresarios y los profesionales universitarios, por una parte, y por otra los trabajadores asalariados, sean del campo, de la minería, de la industria, del comercio o de los servicios domésticos.

En ambos estratos hay, naturalmente, sectores diferentes; así como no es igual la situación ni influencia de los grandes empresarios que la de los medianos y pequeños. También difieren en el mundo laboral las situaciones de los funcionarios del Estado, de los profesionales, de los trabajadores de la industria y de la banca, de los campesinos, mineros y otros sectores como las trabajadoras de la zona franca. En mayor o menor medida, en el curso del siglo pasado ha ido consolidándose en nuestro país una clase media cada vez más numerosa. Sin embargo, es dramático que producto de esta crisis “El aumento del desempleo el que obviamente tiene un impacto directo en la calidad de vida de las familias nicaragüenses, se aumenta el porcentaje de personas en situación de pobreza, pasando de 29.6 por ciento a 31.7 por ciento”, señala en su publicación FUNIDES[6].

Las actividades que han visto una mayor pérdida de empleos han sido las relacionadas al turismo, el comercio y la construcción, que representan el 77 por ciento del total de plazas laborales perdidas. Situación que no deja de preocupar, a la que parecemos acostumbrados, que muchos nicaragüenses vivamos en extrema pobreza y, en cierto modo, en la marginalidad, mientras una elite minoritaria que exhiben niveles de existencia muy, pero muy parecida a los del mundo de los ricos.

Esta realidad social de tan notorias desigualdades tácitamente reconocidas como si fuera un fenómeno natural es sorprendente. Nos preocupa el hecho de que en nuestra cultura popular prevalezca la creencia de que el poder y la riqueza dan derechos que, justos o no, han de aceptarse como si fuese natural. Solo así se explica la conformidad con que nuestro país ha aceptado como si fuese algo natural, el enriquecimiento de los funcionarios públicos, en los distintos gobiernos o sin ir tan lejos, generalmente se les reconoce privilegios a las personas que ejercen alguna autoridad y aun a los que exhiben ciertos niveles de riqueza, se les da un tratamiento diferente en relación a las leyes. El estado de derecho no se respeta, y como dice un dicho popular por ahí, el estado de derecho se les aplica a los enemigos y se les interpreta a los amigos.

Nicaragua a pesar de la experiencia que ha tenido en la participación ciudadana, hoy en día se caracteriza por tener una débil y precariedad en esta participación. Es un hecho evidente que en nuestro país existen todavía sectores de la población que no se expresan ni participan socialmente, no están organizados, ni tienen una adecuada representación política.

A estos rasgos tradicionales de la realidad nicaraguense y centroamericana debe agregarse, que, en los últimos años, la implantación creciente de una cultura económica que hace de la riqueza el valor o bien más importante, por lo consiguientemente, convierte a su búsqueda en la primordial tarea tanto de las naciones como de los individuos. Cada día es más fuerte el peso de la economía, tanto en la vida privada de las personas como en la marcha de las sociedades. Y a medida que nuestro país se va insertando en el proceso del desarrollo a través de financiamiento de la banca internacional en donde estos aspectos económicos, hacen que su autonomía sea más débil para defender el interés nacional, mientras se torna mayor la concentración de la riqueza más desigual en la distribución de los ingresos.

Los asombrosos progresos científicos y tecnológicos de los últimos decenios han generado, entre muchos otros efectos, como es el achicamiento del mundo, cada vez mas convertido en “aldea global”-, cambios muy profundos en las posibilidades de trabajo de la gente; cada vez se necesitan mas trabajadores con alta calificación, al día en las técnicas modernas para producir o prestar servicios eficaces, y disminuye la demanda de trabajo no calificado. Lo que junto con generar desocupación en el ancho mundo de los pobres que no han tenido posibilidades de estudiar y prepararse, genera también, crecientes desigualdades en el nivel de las remuneraciones.

Paralelamente, el insertarnos en el proceso de desarrollo de los pueblos de este siglo XX reduce o disminuye la soberanía de las naciones, que cada vez dependen más de su inserción en el mercado mundial. Dentro de este, el papel de los países de la periferia o mundo en desarrollo tiende a reducirse al de proveedores de materias primas muchas veces agotables y de mano de obra barata.

Las decisiones, a menudo especulativas, de grupos financieros internacionales, pueden sumir en graves crisis a nuestros países, con el consiguiente empobrecimiento de sus poblaciones. La publicidad inherente al sistema, destinada a estimular el mercado a través de los medios de comunicación, estimula hábitos de consumismo que terminan esclavizando a la gente y sumiéndola en un mimetismo y en un endeudamiento.

Todo lo cual está deshumanizando la vida de nuestras sociedades, en que los seres humanos son cada vez más esclavos de las cosas, más egoístas y centrados en si mismos, menos solidarios y menos capaces de amar al prójimo.

Una política que vive sin valores.

Hoy en día se vive una política sin valores, como dirían muchos, una política sucia. Valores que muchas veces proclaman. Hay mucha hipocresía, convencionalismo, falsedad. Se vive una doble moral en la sociedad política. Es imposible encontrar en nuestros políticos a uno que diga la verdad. Imposible encontrar a uno que tenga el coraje de decir lo que robará. Como diría Eduardo Galeano en su libro “Patas Arriba” “los que más votos rinden son las artes de teatro”. Las buenas actuaciones de teatro. Las máscaras bien elegidas. Según Galeano, los discursos de los políticos solo cobran su verdadero sentido cuando se les lee al revés[7].

Los valores que a menudo se proclaman, no se respetan en la realidad. Funcionarios que no viven “en la verdad”, Se contentan con decir que trabajan por el pueblo, que se jactan por exhibir excelentes cifras de crecimiento y estabilidad. Se ufanan en la exhibición del progreso y la belleza de los barrios ricos, de las grandes infraestructuras, de los lujosos edificios, al mismo tiempo se tira una cortina de humo para que no se vean los salarios y pensiones exageradas. Todo esto frente a la miseria en que viven los sectores marginales.

No es nada ético que un país como el nuestro, importantes sectores de la población, no tienen acceso a la salud, la educación, a una vivienda digna y a un trabajo bien remunerado. No es nada ético la desigualdad en la aplicación de la justicia. Traigo este adagio, “la ley pareja no es dura”. Sin embargo, todos sabemos que en nuestro país la justicia no es pareja, porque ante la ley no comparecen en igualdad de condiciones los ricos y los pobres, a pesar que es un derecho constitucional. No es nada ético que el salario de un magistrado tenga el equivalente de el salario de doscientos maestros. Esta es, sin duda, una exigencia ética fundamental a la sociedad política nicaragüense.

Estas reflexiones solo tienen la intención de dimensionar la magnitud del desafío. Con ello recalcar que el propósito es que la sociedad política nicaragüense reflexione. Que la sociedad política debe regirse por los valores de la ética, sin olvidar que el peligro de corrupción es una amenaza latente. Existirán muchos desafíos, sin embargo también hacemos hincapié en resaltar la vigencia de los valores éticos en todo el ámbito de la conducta humana, de la cual dependerá la obtención del bien común.

Necesitamos con urgencia un sistema político que sea práctico y ético a la vez; sistema que ofrezca posibilidades de hacer una política realista y práctica; que pueda alcanzar objetivos concretos, mejorar las relaciones con sus electores, por ejemplo; pero también debe ofrecer espacio suficiente para realizar su trabajo reflejando los valores éticos que tenemos.

Algunos desafíos éticos de la política nicaragüense.

La calidad ética de la política en nuestro país debe ser revisada y buscar algunos criterios básicos para cualquier esfuerzo que se proponga mejorar. Este desafío antes que todo es un problema cultural, porque opera en la conciencia colectiva de nuestra sociedad. Se debe de erradicar ese concepto de que el fin de la autoridad política es el poder, sino que la política debe de verse como la búsqueda del bien común. Por lo tanto, el poder no es el fin, sino un medio, y por supuesto que no es el único. Se debe de afirmar en la conciencia colectiva que la actividad política es una forma de “servicio público” y no como instrumento para lograr influencia o ventajas personales o de su partido.

Se debe de inculcar en la conciencia colectiva los conceptos de dignidad que es un valor agregado y esencial de todo ser humano. Además, se debe de ver a los gobernantes, legisladores, jueces y demás servidores públicos, no como los amos y señores, sino como servidores de la comunidad, no como mandamases titulares de un poder arbitrario, si no como ciudadanos sirviendo a quienes los eligieron.

Por supuesto que, la moralización de la política dependerá del reflejo de la moral colectiva. Si nosotros como pueblo aceptamos que el poder es por naturaleza arbitrario y se acepta como natural o lógico que quienes lo ejercen abusen, se enriquezcan, favorezcan a sus amigos o persigan a sus adversarios, no podrá esperarse que la política sea ejemplo de moralidad.

Por lo tanto, uno de los desafíos más importe es, elevar la calidad ética de nuestra política. Trabajar especialmente el excesivo individualismo, el consumismo desenfrenado, y la tendencia al enriquecimiento ilícito y al menosprecio del Estado como órgano del bien común. No se puede esperar una política con altos valores éticos y calidad moral cuando en esta sociedad no se cultivan estos valores.

De tal manera que, tanto, el poder judicial, el legislativo, el ejecutivo y el electoral, se constituyen como un elemento importante para mejorar la calidad moral de la política nicaragüense. Además, la política, es el espejo o reflejo de la respectiva sociedad. Y obviamente que, como toda actividad humana está sujeta a la moral y a su calidad ética. La política como una actividad ética también lo está.

El gran desafío moral de la vida política nicaragüense consiste en crear condiciones que permitan a los ciudadanos realizar su anhelo de vivir en paz. Paz entre las personas; paz entre los partidos políticos y paz al interior de la sociedad. Es claro que estas condiciones son muy difíciles de alcanzar, pero no imposible.

La sociedad política debe ser abonada con los valores, de la solidaridad y la justicia y la búsqueda del bien común. Obviamente que esto no podrá ser una realidad sino se integra la primacía de la ética en la existencia del ser humano y su búsqueda del bien, y este bien debe de estar sobre toda necesidad u otro bien. –

Notas

[1] Silva, Edwin, Educación en Valores y los Derechos Humanos, Instituto de Investigaciones y Acción Social, “Marthin Luther King” UPOLI, Managua Nicaragua, 2003. Págs. 26 – 27.

[2] La cuestión de los «Valores de Vida», de la Ética, de lo Bueno y lo Malo, lo que debe y no debe hacerse, es de por si un tema de tal densidad conceptual, y de tanta diversidad de opinión, que lleva en si mismo la impronta de lo polémico.

[3] Quintanilla,  Centeno, Ivania, Aporte Historiográfico de la Obra: El Príncipe de Nicolás Maquiavelo,  Ensayo sobre Historiografía, Escuela de Sociología e Historia, UENIC, Managua, Nicaragua, 2003. Pág.14.

La suposición de que “El fin justifica los medios” no es una frase carente de moral y ética, como han pretendido demostrar los críticos de Maquiavelo, sencillamente es una reflexión   en la que reconoce que, de las mismas circunstancias que enfrenta “El Príncipe”, él debe de extraer las premisas necesarias para desenvolverse en un mundo cambiante. .

[4] Deiros, Pablo Alberto, Los Evangélicos y el Poder Político en América Latina, Ensayos editados, Ediciones Nueva Creación. FTL, Buenos Aires Argentina, 1986, Pág. 10.

[5] La Ética de Aristóteles, Traducida del griego y analizada por Pedro Simón Abril, Real Academia de Ciencias Morales y Política, Madrid España, MCXVIII.

[6]Informe presentado el 5 jul. 2018 – FUNIDES (@FUNIDES) 30 de junio de 2018. “El aumento del desempleo tiene un impacto directo en la calidad de vida de las familias …

[7] Galeano Eduardo, Patas  Arriba: La Escuela del Mundo al revés,  Montevideo, Uruguay, 1998. Págs. 137-149.

Bibliografía. 

  1. BOBBIO, NORBERTO, (1986) “El futuro de la democracia”, en El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México.
  2. SILVA, EDWIN, (2003) Educación en Valores y los Derechos Humanos, Instituto de Investigaciones y Acción Social, “Marthin Luther King” UPOLI, Managua Nicaragua.
  3. DEIROS, PABLO A. (1986) Los Evangélicos y el Poder Político en América Latina, Ensayos editados, Ediciones Nueva Creación. FTL, Buenos Aires Argentina.
  4. MAQUIAVELO, NICOLÁS, (1999) El Príncipe, Libros en red.
  5. GALEANO EDUARDO, (1998) Patas Arriba: La Escuela del Mundo al revés, Montevideo, Uruguay.
  6. QUINTANILLA, C. IVANIA, (2003) Aporte Historiográfico de la Obra: El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, Ensayo sobre Historiografía, Escuela de Sociología e Historia, UENIC, Managua, Nicaragua.
  7. DICCIONARIO DE POLÍTICA, (1970) Barcelona, Nueva colección Labor.
  8. DAHL, ROBERT, (1997) La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona.
  9. VILLORO, LUIS, (1997) El poder y el valor: fundamentos de una ética política, Fondo de Cultura Económica – El Colegio Nacional, México.
  10. Raíces y Ramas de las discusiones de la ética, campus-oei.org/valores/boletin6b

 

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