Abel Mendoza Ruiz y Adalid García. La Regla de Fe y el Canon del Nuevo Testamento

Abel Mendoza Ruiz

Presidente de la Fraternidad de Iglesias Bautista de Juigalpa

Master en Historia y Pensamiento del Cristianismo.

Universidad Evangélica Martin Luther King Jr.

Adalid García

Teólogo y Profesor

Master en Historia y Pensamiento del Cristianismo

Universidad Evangélica Martin Luther King Jr.

29 de septiembre de 2018

Juigalpa, Nicaragua

 PREÁMBULO.

Compartimos este ensayo en el marco de la celebración del 449 Aniversario de la traducción de toda la Biblia al castellano, por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, conmemoración que celebramos todos y todas los/as miembros de las iglesias protestantes y evangélicas en Nicaragua y el mundo.

El mismo fue presentado como conclusión del curso de Introducción a la Patrística impartido como parte del Plan de Estudios de la Maestría de Historia de la Iglesia y el Pensamiento cristiano (2014 – 2016), ofrecida por la Universidad Martín Luther King Jr.

Por abordar un tema relacionado a la celebración antes mencionada, compartimos este modesto aporte con todos/as Uds., esperando que les motive a seguir leyendo, meditando y viviendo conforme al testimonio de las Sagradas Escrituras cristianas.

INTRODUCCIÓN.

El presente ensayo aborda el tema de la relación entre la “regla de fe” de los primeros años de cristianismo y su relación con la Escritura cristiana.

En vista de que un principio evangélico en general y en lo particular del pueblo bautista, afirma que la “la Biblia es la única y suprema regla de fe y conducta”, nos hemos sentido movidos para profundizar sobre el tema de la regla de fe en los primeros siglos del nacimiento del cristianismo y su relación con la Escritura cristiana.

En el fondo de este tema están las preguntas:

  • ¿Cuál era la regla de fe en los primeros siglos del cristianismo?
  • ¿Era la Escritura del A.T., el N.T., o ambos a la vez? O existían otras fuentes de autoridad para la fe, conducta y vida de la iglesia?
  • ¿En qué consistía su contenido y sus principales características?
  • Si esa regla de fe no era la Biblia, ¿qué relación existió entre la regla de fe y la Escritura cristiana?
  • ¿Qué significado teológico – pastoral para la iglesia tiene este tema?

I. LA REGLA DE FE EN LOS PRIMEROS SIGLOS DEL CRISTIANISMO 

La palabra regla, tiene su origen etimológico en el término griego “canon”, el cual es un vocablo con mucho significado a lo interno del cristianismo.  Su significado original era “vara, caña de medir”; pero luego fue enriquecida con otras acepciones, los cuales apuntan a la problemática que abordamos en este trabajo.

Un primer significado que adquirió con el correr del tiempo esta palabra fue el de “norma” o “regla”, para los ámbitos ético, estético, literario o religioso.  De esa manera, desde mediados del siglo II de la era cristiana, la iglesia antigua acuñó expresiones como “canon de la verdad” o “canon de la fe” para referirse a una confesión de fe cristiana ortodoxa, es decir, de acuerdo a la enseñanza de los apóstoles.   (A. Piñero, 1996, p.44).

La expresión “canon de la fe”, es la que da origen a nuestra afirmación “regla de fe”.

La segunda acepción que fue adquiriendo el vocablo canon, fue el de “lista” o “registro”, es decir, algo parecido a “catálogo”.   Este significado se aplicó al conjunto de escritos cristianos sagrados reconocidos y aceptados por la iglesia como sus libros sagrados oficiales.

Los especialistas afirman que la utilización del término «canon» (y las palabras afines de “canonizar”, “canónico”, etc.) para designar el bloque de escritos cristianos sagrados es bastante tardío.  Hacia el siglo IV comenzó a emplearse para designar la lista o registro de libros sagrados, no tanto la razón de por qué eran sagrados. (Piñero, 1996, p.43).

 Esta primera aproximación al significado del término base de donde viene la frase “regla de fe”, ya nos responde a nuestra primera pregunta planteada al inicio de este ensayo: la regla de fe, no se refería en los primeros años del cristianismo, a la lista de libros sagrados aceptados por la iglesia como inspirados, sino a otra cosa, que ampliaremos más adelante.

Incluso el especialista en Nuevo Testamento, Antonio Piñero, va más lejos al afirmar que “la concepción y la palabra «canon» no tiene en sí nada que ver con la existencia y el surgimiento del Nuevo Testamento” (Piñero, p.43)

 Se utilizaron diferentes formas con semejantes significados:

  1. “Ho kanon tes aletheias”: canon de la verdad ,
  2. “regula veritatis”: regla de la verdad,
  3. “ho kanon tes pistes” o “regula fidei”: regla de fe. Esta última fue la forma más antigua, usada por Dionisio de Corinto (c. 160), Ireneo, Clemente de Alejandría, Hipólito, Tertuliano y Novaciano; por Polícrates de Éfeso, Clemente de Alejandría, Tertuliano y escritores latinos posteriores. (Wenceslao Calvo, 2011, p.1)

Hemos visto como este breve análisis semántico ha arrojado el primer hallazgo importante: la regla de fe originalmente no se refería a la Escritura cristiana.  Otro aspecto que se deduce es que tanto el concepto de “regla de fe” como el “canon” como lista de libros oficiales, fueron significados que se conformaron de manera independiente el uno del otro, aunque su palabra raíz es la misma.

Ahora vamos a tratar de ampliar el concepto que se expresaba en líneas anteriores sobre la regla de fe.   Decíamos que originalmente se refería a “una confesión de fe cristiana ortodoxa”.  ¿Qué significa esto?  A qué hace mención esta afirmación?

El exégeta alemán, Gerhard Theissen, en un libro de reciente publicación en español, titulado La Religión de los Primeros Cristianos, afirma en relación a lo que era la “regla de fe” de los primeros siglos del cristianismo (a partir del siglo II):

La regla de la fe era la suma de las ideas teológicas que eran patrimonio común de las iglesias: el más rígido monoteísmo; aceptación de la creación del mundo por parte de ese Dios único; fe en Jesús como divino de algún modo, por ejemplo, como manifestación de la Sabiduría divina, redentor único de la humanidad por su encarnación; fe en sus milagros; creencia en la existencia del pecado y su inductor, Satanás, que fomenta la transgresión para alienar al ser humano respecto a Dios; fe en la renovación del mundo por parte de la divinidad como sentido final de la historia; inhabitación del Espíritu en el hombre; el amor como mandamiento supremo; creencia en el juicio final divino con sus premios y castigos … (Theissen, 321ss). (Citado por A. Piñero, 1996, p.55)

Piñero nos ofrece una definición más sencilla de lo que era la “regla de fe”: “conjunto de doctrinas generalmente aceptadas en la Iglesia”, posteriormente se usó el vocablo dice, “para  designar los decretos y disposiciones de los concilios”. (Piñero, 1996, p.44)

La regla de fe, que también era designada como “canon de verdad”, hacía referencia a un marco y contenido establecidos de enseñanzas de la iglesia y sus maestros/as, transmitidas a los recién convertidos o catecúmenos. (J. Wicks. TEOLOGÍA FUNDAMENTAL, 1988, p.1)

Aunque ya tenemos una idea de qué era la regla de fe, vamos a ahondar un poco más sobre sus contenidos específicos.   Por ejemplo el teólogo del siglo II de la era cristiana, Ireneo de Lyon, en su gran obra “Contra los herejes” presenta dos resúmenes de los contenidos de la regla de fe[1]:

Creer en Dios, el Padre todopoderoso, que creó todo lo que existe;

En Jesucristo, el Hijo, que se encarnó para nuestra salvación,

y en el Espíritu Santo, que habló por los profetas del nacimiento, pasión, resurrección y ascensión de Cristo, de la resurrección futura, de la manifestación venidera de Cristo en gloria como justo juez de todos. (Contra los Herejes, 1, 10,1-2; cf 1, 9, 4; 111, 4,2; IV, 33,7).  (Citado por J. Wicks en Teología Fundamental, p.3)

La Iglesia, aunque está esparcida por todo el orbe hasta los límites de la tierra, ha recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo, de la tierra, del mar y de cuanto en ellos se contiene; y en un solo Cristo Jesús, hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, quien por medio de los profetas anunció los planes (de Dios), los advenimientos, el nacimiento de una Virgen, la pasión, la resurrección de entre los muertos, la ascensión en la carne a los cielos del amado Cristo Jesús, Señor nuestro, así como su parusía desde los cielos con la gloria del Padre, a fin de recapitular todas las cosas y restaurar toda carne de todo hombre, de suerte que para Cristo Jesús, Señor nuestro, Dios, salvador y rey, según el beneplácito del Padre invisible, se doble toda rodilla de los seres celestiales, terrestres e infernales, y toda lengua le confiese (cf. Flp 2:10), y se haga un juicio justo y universal. A los espíritus del mal, y a los ángeles transgresores y apostatas, y a los hombres impíos, injustos, inicuos y blasfemos, los enviará al fuego eterno; mientras que a los que hubieren permanecido en su amor desde el comienzo, y a los que hubieren hecho penitencia, les dará el don de la inmortalidad dándoles como gracia la vida y les envolverá en gloria eterna.  (José Vives, Los padres de la iglesia. En sus textos.  Versión digital, p.91)

Para Clemente de Alejandría la regla de fe contenía[2]:

… las palabras y hechos históricos de Jesús, especialmente su cruz y resurrección; pero abarcaba también el abundante depósito de formas narrativas, de instrucción, de profecía y de oración halladas en las Escrituras heredadas de Israel. Era una regla de fe considerar a estas últimas como testimonio evangélico de Jesús y de la nueva vida dada en su Espíritu. (En Stromata VI, 124.4-5)  (Citado por Wick, p.4)

Para Hipólito de Roma[3] la regla de fe, se basaba en las siguientes preguntas:

¿Crees en Dios, Padre todopoderoso?,

¿crees en Jesucristo, Hijo de Dios, nacido de María, la Virgen, por obra del Espíritu Santo, que fue crucificado bajo Poncio Pilatos, murió y, al tercer día, resucitó de entre los muertos, está sentado a la derecha del Padre, y que ha de venir a juzgar a vivos y muertos?,

¿Crees en el Espíritu Santo y en la Santa Iglesia Católica? (A. Mondin, Patrística, p.2)

Tertuliano (160 – 220 d.C.) ofrece en sus obras al igual que Ireneo de Lyon, dos versiones del contenido de la regla de fe, uno breve y otro más extenso.  Las encontramos en la obra de Patrología de Jonahes Quasten, veámoslas:

Contenido breve de la regla de fe:

La regla de la fe es en todo tiempo inmutable e irreformable; consiste en creer en un solo Dios todopoderoso, Creador del mundo; en Jesucristo, su Hijo, nacido de la Virgen María, crucificado bajo Poncio Pilato, resucitado de entre los muertos al tercer día, recibido en los cielos, que está sentado ahora a la diestra del Padre, de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos por la resurrección de la carne.

Contenido extenso de la regla de fe:

He ahí, pues, la regla o símbolo de nuestra fe, pues vamos a hacer una declaración pública de nuestras creencias.

Creemos que no hay más que un solo Dios, autor del mundo, que ha sacado todas las cosas de la nada por su Verbo, engendrado antes que todas las criaturas. Creemos que este Verbo, que es su Hijo, se manifestó en nombre de Dios, bajo distintas formas, a los patriarcas; que habló por medio de los profetas; que bajó, por el Espíritu y el Poder de Dios Padre, al seno de la Virgen María, donde se hizo carne; que nació de ella; que es Nuestro Señor Jesucristo, que predicó la ley nueva y la nueva promesa del reino de los cielos. Creemos que hizo milagros; que fue crucificado; que resucitó al tercer día; que subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre; que ha enviado en lugar suyo la virtud del Espíritu Santo, para guiar a los que creen; en fin, que vendrá con grande majestad para llevar a los santos y hacerles gozar de la vida eterna y de las promesas celestes, y para condenar a los culpables al fuego eterno, después de haber resucitado a unos y otros, devolviéndoles la carne.

  1. Quasten nos comenta al respecto, “parece, pues, que Tertuliano conocía dos fórmulas, una de tres elementos y la otra de dos solamente. Si exceptuamos esto, todas las fórmulas se asemejan entre sí en la forma y en el contenido. Prueban la existencia de un resumen de la fe, que se acerca al símbolo bautismal, citado por Hipólito de Roma en su Tradición Apostólica del año 217 (Patrologia, 1978, p.493s).

Pierre-Thomas Camelot, escritor del artículo “SÍMBOLOS DE LA FE” en la obra dirigida por Karl Rahner “Sacramento Mundi”, hace mención de aspectos muy importantes acerca del contenido de la regla de fe, a saber:

  • El primero, es la estructura trinitaria de su contenido,
  • Y segundo, tal parece la evolución que tuvo el mismo, de un contenido en inicios cristológico (muerte, resurrección y redención de Jesús), para luego ser ampliado por uno trinitario. (Mencionado en artículo de la revista electrónica mercaba.org/Mundi/6/simbolos_de_la_fe.htm)

Es relevante hacer notar que estos contenidos primarios fueron profundizados y ampliados en un tiempo posterior, dando origen a los famosos Credos de fe, forjados para combatir distintas herejías o posturas heterodoxas en el seno de la iglesia antigua.

De lo anterior surgen unas preguntas más, relacionadas al contexto de vida que coadyuvó a la formación de la regla de fe, cuáles fueron las situaciones eclesiales, del quehacer pastoral que propició la formación de estas reglas de fe?  Cuáles son las características propias de esta situación en la iglesia.

El teólogo católico, John Wicks enumera algunas características relacionadas al contexto pastoral que dio origen a la regla de fe en la iglesia antigua:

  • La primera característica en la lista se refiere a que la regla de fe del siglo II no era un credo o confesión con una formulación verbalmente fija, por eso es que encontramos tanto en Ireneo de Lyon como en Tertuliano, dos versiones de la regla de fe, una breve y una más extensa.

En relación a su situación vital donde se forjó, la regla fue puesta en conexión con el bautismo y con el momento en el que el creyente se ponía bajo su influencia y guía, a través de una confesión pública del mismo.

Joseph Ratzinger en una obra titulada Teoría de los Principios Teológicos, afirma en cuanto a la relación entre bautismo y regla de fe:

Según esto, puede avanzarse la siguiente tesis: expresar la fe en fórmulas condensadas o «símbolos» es algo que acontece primariamente en conexión con el bautismo y que está referido al acontecimiento bautismal del que ha surgido; este acontecimiento suscitó la necesidad de las fórmulas y éstas se encuentran referidas a él. Por tanto, deben ser entendidas desde la administración bautismal que constituye su verdadero contexto. Esta tesis requiere, por supuesto, algunas matizaciones. En realidad, el complejo proceso del bautismo ha contribuido a configurar, a lo largo de sus diferentes pasos, dos tipos diferentes de confesión. El catecumenado llevó a los sumarios doctrinales, a la regula; la administración del bautismo desembocó en el credo o símbolo (confesiones declaratorias e interrogativas). (1985, p.128)

La estructura trinitaria de la regla de fe, ya en su estadio posterior, apuntaba a subrayar la unidad inherente en la creación por obra del Padre todopoderoso con la economía de redención, santificación y revelación, tal como se realizaron por obra del Hijo y del Espíritu Santo.

  • Otra característica muy importante es que la regla estuvo siempre abierta a la adaptación por parte de maestros de la iglesia, especialmente cuando se veían obligados a enfatizar aspectos de la fe transmitida que eran contestados por los herejes o heterodoxos.

La regla llevaba a formulaciones que ponían el énfasis en la unidad de los dos Testamentos contra Marción y a formas de acentuar contra los gnósticos la verdad de la encarnación del Hijo de Dios.

En las controversias, la regla de fe servía para desenmascarar falsas doctrinas al mostrar su discordancia con los elementos que componían el cuerpo de enseñanza normativo de la Iglesia. (J. Wicks, pp. 2 – 3)

  • Otra singularidad que tuvo la regla de fe desde muy temprano de su formación, fue su carácter normativo para la vida de la iglesia, su fe y conducta.

Al contener fielmente el mensaje de Jesús y de los apóstoles, al expresar la unidad de la economía de salvación (creación, redención y acción del Espíritu) y más tarde también expresaba la continuidad y unidad entre los dos Testamentos, al no estar constituido aún el Canon del N.T. o las Escrituras cristianas, no podía ser de otra forma.   La regla de fe, con su contenido teológico – doctrinal fue normativo para aquellos tiempos.

  • Una última característica y contexto vital donde surgieron la regla de fe, señalada por los expertos es el culto, tanto su celebración como sus preceptos.

Mediante la alabanza los fieles celebraban la acción salvadora de Dios en Cristo, sentido como vivo en medio de la comunidad por medio del Espíritu. Esta vinculación de la liturgia a la historia de la salvación consigue que con los tres nombres divinos se recuerden los principales acontecimientos de la historia de Dios y de Cristo, llegando de esta manera a adquirir su estructura trinitaria la regla de fe.

Concluimos de esta sección de nuestro estudio que el contexto eclesio – pastoral que propició la formación de la regla de fe tiene doble vertiente: por un lado el proceso del catecumenado de los candidatos al bautismo y del discipulado posterior para recién convertidos y ya bautizados; y por el otro, la celebración litúrgica de la comunidad de fe cristiana.  Ambos contextos pastorales le fueron dando las características que la regla de fe adquirió.

II. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO Y SU RELACIÓN CON LA REGLA DE FE

Hasta aquí hemos desarrollado el tema de la regla de fe de los primeros siglos del cristianismo, el mismo nos ha ido dando luces sobre la naturaleza, función pastoral y característica que aquella tenía.

Pero nuestro ensayo trata de ver la relación que existió entre la regla de fe y la Escritura cristiana.   Miremos ahora este aspecto del trabajo.  Iniciamos con una cita significativa del teólogo Wenceslao Calvo, que a nuestro parecer resumen de entrada la relación entre regla de fe y Escritura cristiana:

La Iglesia ante-nicena nunca consideró a la Biblia o alguna parte de ella como regla de fe. Ciertas expresiones de recientes escritores muestran que es necesario señalar que la palabra kanon, con o sin cualificaciones añadidas, nunca se usa hasta después de Eusebio para designar a la Biblia,… Esto se explica por el hecho de que la Iglesia antigua usó esta palabra para algo distinto: La fórmula bautismal.

Que expresiones similares se usan ocasionalmente en el credo niceno muestran al menos que la regla de fe fue una confesión formulada y que en el periodo ante-niceno no podía referirse a otra cosa que no fuera el credo bautismal, el único existente entonces. En una palabra, los Padres antiguos consideraron a Cristo mismo como el dador de la regla, aunque admitieron francamente que sus palabras eran una expansión del núcleo registrado en los evangelios, contemplándola solo como un desarrollo de la fórmula bautismal.  (Wenceslao Calvo, p. 3 – 4)

 La cita anterior del escritor Wenceslao Calvo, necesita ser explicada, para así mostrar el porqué de esta realidad enunciada en la cita y por otro, la relación que existió en los primeros siglos del cristianismo, entre la regla de fe y la Escritura cristiana.

Esta aclaración la haremos tomando en cuenta dos realidades de este tiempo:

  • el proceso de formación del canon del N.T.
  • la fuente de autoridad de estas épocas

1. La formación paulatina y progresiva del Canon del N.T.

Como se dijo al inicio de este trabajo, la regla de fe (canon de fe o de verdad) se desarrolló y empezó a tener significado independientemente de la formación del canon del N.T.  Se puede afirmar que en cierta medida, ambos caminaron en los primeros siglos de forma paralela, llegándose a encontrarse en un punto ya avanzada la historia del cristianismo, precisamente cuando el canon como lista de libros oficiales de la iglesia cristiana fue establecido (siglo IV).

Siguiendo el esquema propuesta por el biblista Julio Trebolle en su magnífica y erudita obra “La Biblia judía y la Biblia cristiana”, ilustraremos estas afirmaciones.  El doctor Trebolle distingue cinco períodos en la formación del canon del N.T. que a continuación bosquejamos sucintamente (J.Trebolle, 1993, pp. 249 – 254):

  • Período apostólico: del 30 hasta el año 70 d.C.

En este tiempo la Iglesia naciente no tenía entonces más Escrituras que “la Ley y los Profetas”, es decir, el AT, el cual era re – leído a la luz de la cristología y de la escatología cristiana.  Es decir, re – leído desde la experiencia de Cristo y del Espíritu, en el contexto de la parusía inminente.

Esta época se caracteriza por el inicio del proceso de transición del mensaje oral al documento escrito, la tradición oral va cediendo su lugar a la tradición escrita.  Este proceso responde a una línea de continuidad, entre la predicación de los primeros apóstoles del cristianismo y la herencia escrita que emerge en las últimas décadas del siglo I, en el contexto de misión que vivía la iglesia de este tiempo. 

  • Período sub-apostólico: desde el 70 hasta el 135 d.C.

En esta etapa se formaron las primeras grandes colecciones que luego llegaron a formar parte del N.T.: colección de los evangelios y la colección de cartas paulinas (tanto las auténticas como las pseudo – epígrafes).   Es decir, se definieron las dos primeras grandes secciones del N.T.  Se formó también la colección definitiva de los escritos joánicos.

Al analizar las estadísticas y la forma en que los padres de la iglesia citan y usan los libros del N.T. en sus propios escritos, nos ofrece la evidencia de que los Evangelios (los cuatro), adquirieron muy temprano “cierta autoridad algo antes que la colección de cartas paulinas” (p.249).

El historiador patrístico H. Von Campenhausen propuso en su momento (1972) que para el tiempo de Ireneo de Lyon ya estaba definida la colección de los cuatro evangelios.  Pero la opinión reciente se inclina a considerar que la colección de los cuatro evangelios canónicos quedó establecida hasta finales del siglo II. (pp.249 – 250). 

De igual manera para finales de este mismo siglo, en las iglesias cristianas se conocían y utilizaban en las liturgias las cartas de autoría paulina – las auténticas y las seudo – epígrafas – . (p. 250)

Respecto al libro de Hechos, comenta Julio Trebolle:

El libro de los Hechos de los Apóstoles servía de lazo de unión entre las dos grandes colecciones, los evangelios y las cartas paulinas. Enlazaba las figuras de Pedro y de Pablo, los dos apóstoles que tuvieron un influjo decisivo en la formación, no sólo del cristianismo, sino también de la Biblia cristiana. (p.250)

 Podemos inferir pues, que para finales del s. II, los libros del N.T. que contaban con una reconocida autoridad eran: los 4 evangelios, las cartas de Pablo, los Hechos y las cartas Primera de Pedro y Primera de Juan.  Éstos son los escritos más citados por Ireneo, Tertuliano y Clemente, pero sobre la autoridad de los libros restantes no existía todavía un acuerdo en la época. (p.251) 

  • Período del gnosticismo naciente: desde el 135 hasta la muerte de Justino en el 165 d. C.

La peculiaridad de esta época radica en que el cristianismo se desprende de sus raíces judías y adquiere formas características del cristianismo de la gentilidad. La Iglesia que nace del paganismo no llegó a rechazar el AT, pero en ocasiones lo sentía como una pesada herencia.

Los desafíos pastorales y teológicos con el surgimiento del gnosticismo, los enumera J. Trebolle en su libro, a saber:

  • reconocer la legitimidad de una gnosis cristiana,
  • conservar el AT como parte integrante de la revelación cristiana, a pesar que los grupos gnósticos reclamaban contar con la interpretación correcta del mismo
  • El desarrollo del gnosticismo hacía ya insostenible limitarse a la tradición oral y obligaba a encontrar una vía aceptable de interpretación del AT.
  • preservar el carácter histórico del mensaje de salvación cristiano y, finalmente,
  • desarrollar la exégesis cristiana del AT según los principios y modelos establecidos en las tradiciones apostólicas.

Sobre el papel que jugaron el gnosticismo y un líder de este movimiento en particular para la formación del Canon, Marción, nuestro autor argumenta lo siguiente:

En el período sub-apostólico estaba ya latente la idea de un canon cerrado, pero fue el desarrollo del gnosticismo el que obligó a hacer realidad esta idea. Marción convirtió la cuestión del canon en un problema urgente, pero fueron los gnósticos los que decidieron de alguna manera la dirección en la que efectivamente se procedió: en reacción contra ellos. (p.251 – 252)

  • Período anti-gnóstico: Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes e Hipólito de Roma

La singularidad de este tiempo, radica en el hecho de que se va profundizando el proceso de definición de los libros que integraran el canon del N.T.   Diversos autores, como Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Orígenes e Hipólito de Roma, irán definiendo la lista de libros que conformaran el canon del N.T.

El canon conocido por Ireneo y la iglesia de la Galia por él representada contenía lo esencial del canon definitivo: los cuatro evangelios, los Hechos, las cartas de los apóstoles y el Apocalipsis.   Frente a los gnósticos y en particular frente a los marcionitas, el trabajo más importante desarrollado por Ireneo consistió en establecer los principios y argumentos para una comprensión cristiana de las Escrituras (AT y NT) como un todo coherente y armonioso.

El canon de Clemente de Alejandría (150 – 215) tenía unos límites bastante amplios y no muy precisos. Por ejemplo no admitía en el canon las cartas de Santiago, 3 de Juan y 2 de Pedro; pero si reconocía de origen apostólico las cartas de Bernabé y la I carta de Clemente y afirmaba directamente la inspiración de la obra del Pastor de Hermas.

Orígenes[4] en Egipto reconocerá como Clemente una lista de 22 libros para el N.T. (evangelios, Hechos, 14 cartas paulinas y 1 Pedro), pero también reconocía como inspiradas a la Didajé, Pastor de Hermas y la Carta de Bernabé.  Rechazó tajantemente los apócrifos: Predicación de Pedro, Apocalipsis de Pedro, el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de Matatías y el de los Hebreos.  (p.252)

Hipólito de Roma (por el 235 d.C.) conocía una lista de 22 libros: 4 evangelios, Hch, 13 cartas paulinas (sin Heb), 1 Pe, 1-2 Jn y Ap. Esta lista es prácticamente idéntica a la de los 22 libros «no discutidos» de la que habla Orígenes. (p.253)

Podemos apreciar entonces, que este período se caracteriza por un proceso más acelerado de definir y establecer cuáles libros son los canónicos para la iglesia cristiana.  Antonio Piñero afirma en su libro Cristianismo derrotados (2007), que antes de este tiempo, no era acusado en la iglesia antigua, la urgente necesidad de constituir un canon escrito de escritos “oficiales” para la iglesia.

Pero el impacto de la acción de Marción, un uso “secundario y polémico del A.T.”, el uso cada vez más evidente de los Evangelios y Cartas paulinas en las liturgias de las iglesias y el reconocimiento tácito de la autoridad de estos escritos, fueron los factores que impulsaron en este tiempo la definición “acelerada” del canon del N.T. (A. Piñero, 2007, pp. 174 – 175)

  • Constitución definitiva del canon en el siglo IV.

El canon neotestamentario quedará establecido en este siglo.  El primero en definirlo tal y como ha quedado hasta el día de hoy, fue Atanasio (296 – 373 d.C.) el gran defensor de la fe contra los arrianos, lo definía para el año 367 d.C. en una carta de Pascua, y posteriormente fue oficializado en el concilio de Calcedonia (451), quedando de la siguiente manera:

  • Los cuatro evangelios canónicos,
  • Hechos de los Apóstoles,
  • 14 cartas de Pablo,
  • 7 Cartas católicas (Sant, 1-2 Pe, 1-2-3 Jn, Jds),
  • y Ap.    (p.253)

De lo expuesto anteriormente, queda pendiente la interrogante, ¿cómo se relacionado este largo proceso de formación del canon (lista) de libros del N.T. y la regla de fe, que constituye el objeto de estudio de este ensayo?

Para responder con seriedad a esta interrogante, tenemos que abordar el tema relacionado a los criterios que se utilizaron para definir el canon del N.T. o lo que es lo mismo, cuáles fueron los criterios tomados en cuenta para elegir o eliminar los libros del canon?  En este punto, nuestros dos biblistas consultados convergen en sus apreciaciones (Julio Trebole y Antonio Piñero).

Nos adelantamos en resaltar que en este punto es donde veremos la relación directa que hubo entre la regla de fe y el canon del N.T.

Los criterios utilizados por la iglesia antigua para definir la lista de libros canónicos fueron:

  • De carácter teológico: El primero era la conformidad del contenido de un escrito que pretendía ser sagrado o canónico, con el contenido doctrinal de la “regla de la fe”. Los escritos cristianos que podían considerarse autoritativos o “canónicos”, eran medidos en primer lugar por la naturaleza de las ideas teológicas expresadas en aquella.
  • De carácter histórico – literario: El segundo criterio era el de la apostolicidad, es decir, si el escrito provenía directa o indirectamente de los apóstoles o primeros seguidores de Jesús. El origen apostólico, real o pretendido y la antigüedad de su producción (cercanía a Jesús) concedía una gran autoridad a un escrito.
  • De carácter pastoral o eclesial: El tercero consistía en la aceptación común y el uso continuo de tal o cual escrito en las iglesias, sobre todo su empleo como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas. (Piñero, 2007, p.178)

Expresados de forma más breve por Julio Trebolle:

  • Histórico – literario: origen apostólico del escrito en cuestión,
  • Eclesial o pastoral: uso generalizado o grado de catolicidad, aceptación tradicional del mismo, y, finalmente
  • Teológico: conformidad con la regula fidei o fe de la Iglesia.

Y agrega “Este combinado de criterios históricos y teológicos no tenía igual aplicación en cada caso. Se trata más bien de racionalizaciones que permitían justificar lo que era ya una práctica tradicional de las iglesias”.  (1996, p.266)

Mencionamos que la categorización de los criterios es un aporte de los autores de este ensayo y nos sirve para ver claramente, como el criterio teológico nos muestra la relación que existió entre la regla de fe y el canon del N.T.   En otras palabras, la regla de fe que había surgido, más o menos fija, antes de la constitución definitiva del canon, sirvió de criterio para definirlo de forma estable.

Como podemos apreciar en este breve recorrido de la formación del canon, su camino fue paralelo al de la historia del cristianismo en los primeros cuatro siglo y al desarrollo de la regla de fe.

La regla de fe surgió desde mediados del siglo II, a causa en primer lugar de necesidades pastorales y de enseñanza; y luego por necesidades apologéticas.  El canon siguió un proceso más largo.  Si bien los evangelios canónicos y las cartas de Pablo compartieron cancha en los siglos II y III con la regla de fe, su carácter oficial y normativo, lo adquirió posteriormente a la regla de fe.

Los cristianos como dice Antonio Piñero, no requirieron originalmente de la autoridad de las Escrituras, porque tenían otras fuentes de autoridad y cuando llegaron a necesitar de una más, esta fue la regla de fe y las partes iniciales del N.T. aún no reconocido sí de manera oficial. (2007, p.177).

Esta aseveración nos introduce en el siguiente tópico que explica la relación entre regla de fe y Escrituras cristianas.

La existencia de otras fuentes de autoridad – normativas para la iglesia y el cristiano/a en particular desde el siglo I hasta llegar a la definición del canon del N.T. como regla de fe para la iglesia, doctrina y vida cristiana (Calcedonia 451).

Terminamos diciendo en la sección anterior que el cristianismo al inicio no tuvo prisa en definir un canon autorizado y normativo para la vida de las iglesias y de la fe.  Al explicar este punto, nuevamente miraremos por qué la regla de fe al inicio no se identificó con las Escrituras cristianas, hasta ya entrado el cristianismo en una etapa posterior (siglo IV).

Esta realidad manifestada durante el primer siglo y probable el segundo, en la cual los cristianos/as no sintieron la necesidad apremiante de contar con una fuente objetiva o escrita de autoridad, como lo fue el canon del N.T. y luego la Biblia cristiana, también afectó la relación entre la regla de fe y Escrituras cristianas.

Y esto fue así, porque en los primeros años de cristianismo, existieron varias fuentes de autoridad, con las cuales las comunidades se sintieron bien.   Estas fuentes de autoridad han sido expuestas por autores tantos católicos como protestantes[5].

Antonio Piñero en dos de sus obras sobre el N.T. y la historia del cristianismo antiguo respectivamente, aborda el tema de las fuentes de autoridad en los primeros cuatro siglos de la iglesia cristiana y las enumera de la siguiente manera:

La primera autoridad eran las Escrituras judías. 

Los primeros cristianos – y también los judeo-cristianos – aceptaron desde un inicio como suyas las Escrituras judías, conocidas más tarde como A.T.  Reconociendo su interpretación correcta: llevar al Mesías.  A su vez el A.T. de los primeros cristianos era la versión ampliada con los deutero-canónicos. (Piñero, 2008, p.177;  1996, p.45)

La segunda autoridad era la tradición sobre las palabras del Señor.

Además del Antiguo Testamento, los cristianos como grupo sentían que la tradición sobre las palabras del Señor tenía valor de norma. (p.46)  Las palabras del Señor, transmitidas por la tradición tenía más valor que ninguna otra cosa.

No es extraño por tanto que la Iglesia primitiva rememorara las palabras de su Señor e hiciera uso de ellas en la predicación oral, las reuniera en colecciones y las citara al lado de la Ley y los Profetas considerándolas de igual altura espiritual. (Piñero, 2008, p.177;  1996, p.45 – 46)

Un testigo de lo anterior a nuestro parecer lo constituye uno de los primeros escritos del N.T., la llamada fuente “Q” o colección de los dichos de Jesús, la cual era una selección de palabras de Jesús y que ha quedado incluida en los evangelios de Mateo y Lucas, según los especialistas.

La tercera autoridad eran los apóstoles y detrás de ellos los y las maestros/as cristianos/as.

Paralelamente a las Palabras del Señor corrían entre los cristianos sentencias de los «apóstoles» y primeros maestros y profetas cristianos, que habían vivido con Jesús o se habían unido al grupo en los primeros momentos tras su muerte. Estas sentencias reproducían palabras de Jesús o bien interpretaban la vida y el mensaje del Maestro. Por tanto tenían también valor de norma. (1996, p.46)

Estas interpretaciones y «memorias» de los apóstoles y sus sucesores inmediatos, junto con exhortaciones de todo tipo, eran transmitidas como dotadas de autoridad a las nuevas comunidades que se iban formando. (Piñero, 2008, 177 – 178)

Para nosotros un testimonio de lo anterior es el hecho de que temprano, las cartas del apóstol Pablo fueron adquiriendo autoridad entre las iglesias y que éste, se atreve a diferenciar en algunos casos necesarios, sus propias palabras de las del Señor (1Cor.7).

La cuarta autoridad era el Espíritu de Jesús.

Al inicio de la iglesia, esta no estuvo organizada jerárquicamente. La dirección de las comunidades corría a cargo de los maestros y apóstoles itinerantes, pero también y sobre todo, de los profetas. (Piñero, 2008, P.177 – 178)

Quienes convencidos de la fuerza e inspiración del Espíritu de Jesús que habitaba en ellos, reproducían o interpretaban las palabras del Señor, las acomodaban a los momentos presentes y exhortaban a los fieles a la perseverancia. Ellos/as reinterpretaban o creaban un cuerpo de «palabras del Señor» acomodadas a las necesidades concretas de la comunidad donde se pronunciaban. (Piñero, 1996, p.46)

Ya el mismo Jesús en los discursos de despedida que aparecen en el Evangelio de Juan (caps.13 – 17) en los anuncios de la venida del Paracleto o Espíritu, anunciaba que esa sería una función principal de éste.

Piñero afirma:

… al principio de su andadura este conjunto de «autoridades » (Antiguo Testamento, palabras de Jesús, tradición de los apóstoles y sus sucesores, el Espíritu) le bastaban como norma al cristianismo primitivo. Sobre todo la conciencia de poseer el Espíritu, es decir, que a través de los profetas comunitarios el Señor hablaba y ordenaba a la comunidad, tampoco favorecía la creación de otra norma escrita. No existía por tanto en el cristianismo primitivo ningún ambiente, ningún condicionante claro que impulsara a la creación de un nuevo corpus de Escrituras sagradas. (Piñero, 1996,  p.46)

Como podemos apreciar en estos primeros años (siglo I y parte del II), las fuentes de autoridad en el cristianismo estaban ligadas a la experiencia fundante: la persona de Jesús y la venida del Espíritu, mediadas por la presencia de los apóstoles y sus discípulos, testigos fidedignos de Jesús y del Espíritu.

La regla de fe surge posteriormente, con un carácter normativo que podemos denominar como funcional y pastoral: para la instrucción de los bautizandos, de los catecúmenos y posteriormente para defender la pureza de la fe cristiana ante las herejías.  Hasta llegar a ser parte de los grandes Símbolos de la fe (Los Credos).

Podemos hacer una representación de las fuentes de autoridad en el cristianismo primitivo, la regla de fe y la formación del canon del N.T. de la siguiente manera:

SIGLO I SIGLO II SIGLO III SIGLO IV SIGLO V …
El A.T. Desde mediados del siglo II: se agrega la regla de fe. Continúan la regla de fe, los 4 evangelios canónicos, las cartas de Pablo. 367 d.C.: Atanasio ya tiene definido el canon del N.T. Se establece la Escritura cristiana (A.T. y N.T.) como fuente de autoridad (Calcedonia 451). En compañía de los Símbolos de la fe y la sucesión apostólica, los Concilios Ecuménicos y sus cánones.
Las palabras de Jesús Los Evangelios canónicos y las cartas de Pablo (de parte del Canon). Una autoridad que irá incrementándose. Se acelera el proceso de definición del resto del Canon, se van agregando los otros libros. La regla de fe da paso a la formación de los grandes Símbolos de la fe (los Credos Niceno, Constantino, de los Apóstoles, etc.)
Las palabras de los apóstoles y profetas.        
El Espíritu        

El reconocimiento de autoridad – funcional y pastoral como la hemos denominado – de la regla de fe, fue anterior, a la del Canon completo.  El canon fue progresivamente adquiriendo esa autoridad como hemos visto.

El historiador protestante Justo González, analiza la relación entre estas diversas fuentes de autoridad en el cristianismo naciente y por ende entre la regla de fe y el canon del N.T. y afirma:

En realidad, estos instrumentos eran instancias prácticas y particulares del argumento fundamental que podía esgrimirse contra las herejías: la autoridad apostólica. Estos instrumentos a que nos referimos -el énfasis en la sucesión apostólica, el canon del Nuevo Testamento, la regla de fe y los credos– se hallan unidos por el común denominador de la autoridad apostólica. La importancia de la sucesión apostólica está precisamente en que las iglesias que la poseen pueden pronunciarse con certidumbre acerca de la doctrina apostólica. El canon del Nuevo Testamento no es más que el conjunto de los libros apostólicos, o cuya doctrina es apostólica porque fueron escritos por los acompañantes y discípulos de los apóstoles. La regla de fe es un intento de bosquejar y resumir la fe de los apóstoles. Los credos son la expresión de esa fe, que el creyente acepta en el bautismo, y conviene recordar que pronto se creó la leyenda de que el más común de esos credos -el credo romano– había sido compuesto por los apóstoles.

Por último, la lucha teológica contra las herejías -a la que dedicaremos los capítulos que siguen- usó siempre como un argumento principal el origen apostólico de la doctrina que defendía.

Sin embargo, el énfasis en la sucesión apostólica y la formación de un canon del Nuevo Testamento no bastaban como normas para determinar el carácter de una doctrina. La sucesión apostólica podía garantizar cierta continuidad, y era norma valiosísima, pero no constituía en sí misma una exposición de la doctrina correcta. El Nuevo Testamento, por su parte, sí exponía esta doctrina, pero lo hacía de un modo demasiado extenso y poco sistemático para poder contener las herejías por sí solo. Era necesario ese resumen sistemático de la fe de la  iglesia -un resumen confeccionado de tal modo que pudiese servir para distinguir claramente entre esa fe y las diversas doctrinas que pretendían modificarla y suplantarla. Fue esta necesidad lo que dio origen a la idea de una regla de fe, y la que al mismo tiempo acrecentó la importancia del Credo como prueba de ortodoxia. (2002, pp. 143, 147 – 148)

CONCLUSIÓN.

Para concluir ya nuestro trabajo, queremos bosquejar lo que hemos encontrado respecto a la regla de fe y a la formación del Canon del N.T. y su autoridad normativa para la fe y la conducta de la iglesia y del creyente.

Respecto a la regla de fe encontramos lo siguiente:

  1. Surgió ya entrado el siglo II.
  2. Era un reflejo de las enseñanzas de los apóstoles y predicadores de la primera generación de la iglesia cristiana.
  3. Sufrió un desarrollo en sus contenidos: primeros de orden cristológico y luego trinitario.
  4. Su contexto eclesial o pastoral donde surge, fue la preparación de los/as candidatos/as a bautismo, el discipulado de los catecúmenos, y por último, la defensa de la verdad de la fe ante las herejías incipientes.
  5. Esta evolución culminó cuando sus contenidos fueron asumidos por los grandes Símbolos de la fe (Los Credos) elaborados en los Concilios Ecuménicos de la iglesia.
  6. Sirvió de parámetro para la selección segura y ortodoxa de los libros del Canon del N.T.

En relación al Canon hallamos:

  1. Tuvo un desarrollo en su definición que duró los primeros cuatro siglos del cristianismo.
  2. Las primeras secciones aceptadas como normativas para la iglesia fueron los Evangelios canónicos y las cartas de Pablo (auténticas y post – paulinas)
  3. Estos escritos, tuvieron desde el principio y por unanimidad estatus de autoridad compartida con otras fuentes de autoridad, tanto del siglo II – III y IV.
  4. El canon del N.T. no fue denominado regla de fe, hasta después del siglo IV en Occidente y a partir del siglo V en Oriente.
  5. Se utilizaron tres criterios para su definición: uno teológico, relativo a la no contradicción con el contenido de la regla de fe; otro eclesial, referido al uso generalizado en las iglesias con carácter autoritativo; y finalmente, uno histórico – literario, que señala su vínculo con la autoridad apostólica original.

Las relaciones entre la regla de fe y el canon del N.T., se pueden caracterizar como sigue:

  • Influencia recíproca o dialéctica: la regla de fe al resumir la enseñanza de los apóstoles y oficial de la iglesia, fue el marco que ayudó a definir los libros del Canon; pero a su vez, estos libros contenían la enseñanza fiel y fidedigna de Jesús y los apóstoles.
  • La función pastoral: ambas estuvieron al servicio de las necesidades de la iglesia. Como miramos la regla de fe nace en la celebración litúrgica para darle más contenido teológico, y en el bautismo, para preparar a los nuevos creyentes.  El canon del N.T. responde a la necesidad de la iglesia de contar con su propio cuerpo de escrituras sagradas, diferentes al judaísmo; y además de contar con una fuente objetiva de autoridad doctrinal para enfrentar las herejías, fortalecer la misión y la instrucción de los nuevos creyentes.

Finalizamos mencionando algunas indicaciones de carácter teológico, para estimular la reflexión de otros aportes relacionados a éstas:

  • Se nota en el contenido de estas “reglas de fe”, el nacimiento de una reflexión intuitiva de naturaleza trinitaria. Reflexión que aún no está cargada con el ropaje filosófico que adoptó esta temática en tiempos posteriores y que aún conserva aquel carácter testimonial de la realidad divina mostrada por Jesús y balbuceada incipientemente por los autores del Nuevo Testamento.
  • La relación entre la “regla de fe” y el canon del Nuevo Testamento que finaliza con la identificación de ambas a partir del siglo IV, alude o indica una temática vital para iglesia: el surgimiento de la tradición eclesiástica y su relación con la Biblia como “norma de fe y conducta” para la iglesia. Esta relación ha sido un tema a lo largo de la historia de la iglesia y su pensamiento, dinámico, controversial y polémico, ante el cual se han dividido las opiniones entre católico – protestantes y ortodoxos; el cual será abordado más adelante en el contexto de la celebración de un año más de la Reforma Protestante.

Notas.

[1] Vivió entre el 130 y el 202 d.C., discípulo de Policarpo de Esmirna y luego fue Obispo de la ciudad de Lyon.  Además fue el más fuerte contendiente contra los gnósticos cristianos de su época.  Escribió contra ellos una obra Contra los Herejes, en cinco tomos, donde refuta todas las enseñanzas del gnosticismo cristiano.

[2] Maestro destacado nacido originalmente en Atenas pero luego trasladado por sus padres a Alejandría donde se educó y formó; quien escribiera una trilogía de obras, siendo la tercera la Stromata o “Tapicerías”, donde recopila sus enseñanzas acerca de las palabras de Jesús en forma coloquial.

[3] 170 – 236 d.C.,  nacido en Roma y según la tradición discípulo de Ireneo de Lyon.  Tuvo en su currículo de vida haber sido el líder de un movimiento antipapa de la iglesia católica romana, cuando se opuso a los papas Ceferino y Calixto, por considerar que ellos defendían la herejía monarquistas de la Trinidad.

[4] 185 – 254 d.C.: discípulo de Clemente de Alejandría, fue un exégeta de las Escrituras y a la vez hermeneuta.   A la muerte de su maestro, asumió la dirección de la Escuela teológica de la ciudad.  Su máxima obra es Contra Celso, murió a consecuencias de las torturas que le infringieron durante la persecución del emperador Decio, aproximadamente en el año 250 d.C.

[5] Los autores protestantes que convergen en este punto con los investigadores católicos son:

  1. BÁEZ-CAMARGO. BREVE HISTORIA DEL CANON BIBLICO. México:  Ediciones “luminar”,
  2. Como sabemos este autor y su trabajo es clásico.

BIBLIOGRAFIA

LIBROS

BÁEZ-CAMARGO, G.        BREVE HISTORIA DEL CANON BIBLICO.  México: Ediciones “luminar”,

  1. Como sabemos este autor y su trabajo es clásico.

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