Julio Jirón. El paso de la cultura matriarcal a la civilización del androcentrismo, antropocentrismo y patriarcalismo.- Acercamiento preliminar.-

Maestrante, Julio Jirón

Pastor y Teólogo Pentecostal

Iglesia de Dios de Nicaragua

Managua, Nicaragua

20 de septiembre de 2018

Este trabajo constituye unas reflexiones sobre la cultura matriarcal y la civilización androcéntrica, antropocéntrica y patriarcal y el rol que juegan tanto la vida de la mujer y el varón como las formas en que se definen las convivencias sociales, humanas, sexuales y de poder. Para ello hago uso de la obra de Karlheinz Deschner (1993). Historia Sexual del Cristianismo, una obra critica pero que ilustra un tema poco estudiando por la comunidad pastoral y académica y que en el Curso de Ciencias de las Religiones, fue tema de dialogo y debate. Mi objetivo es presentar los principales aportes de Deschner.  Iniciamos. 

1 El culto a la diosa madre en las culturas matriarcales

La sexualidad no se agota en lo fisiológico. Tampoco es simplemente una parte de nuestra existencia, sino que la impregna por completo. El significado fundamental del sexo se expresa en la fe de todas las culturas, originalmente de forma siempre positiva.

Las madres principales.

En la época prehistórica, cuando la humanidad era pequeña, la duración de la vida corta, y la mortalidad infantil grande, la capacidad procreadora de la mujer fue la principal oportunidad de supervivencia para el clan, la horda o la estirpe. Por consiguiente no es un accidente que las más antiguas estatuillas del paleolítico llegadas hasta nosotros sean en su mayor parte figuras femeninas, madres primordiales o ídolos de fertilidad, como acepta la mayoría de los investigadores, y no perversidades del período glacial.

Si el matriarcado es más antiguo que el patriarcado, como la investigación confirma cada vez con más fuerza, el culto de la Gran Diosa Madre precede con toda probabilidad al del Dios Padre; su anterioridad está repetidamente atestiguada desde Grecia hasta México. La madre sirve de enlace en la familia primitiva, vela y da a luz. Así se convierte en representante de la Madre Luna, de la Madre tierra, de la Gran Madre.

La mujer: «La continuidad o prolongación de la tierra»

De tal manera, con el tiempo, se va formando la idea de una madre divina, sobre todo en las regiones de repoblación agrícola. Su religión se relaciona estrechamente con la revolución económica que supusieron los primeros cultivos, una forma agraria de economía y de existencia que se origina en Asia muchos milenios antes de Cristo y que facilita de nuevo a la mujer una creciente consideración.

La tierra, seno materno de todo ser viviente, pensada desde siempre como diosa materno, es «la figura divina más eterna, la más venerada, y también la más misteriosa». Hasta en el más antiguo escrito sagrado de la India se lee ya la expresión «Madre Tierra». Y en las culturas matriarcales se compara a la Tierra con la mujer, pues la vida surge de ambos cuerpos, el linaje sobrevive mediante las dos. En la mujer se engendra la fuerza germinal y la fertilidad de la naturaleza, y la naturaleza regala vida en analogía con la mujer cuando pare.

El ser humano y las cosechas nacen como dones sobrenaturales, producto de un poder milagroso. Ella es la continuación de la tierra.

El ídolo humano más antiguo

En la primera época de la cultura agraria, aparecen por todas partes las divinidades femeninas, en las que se adora el secreto de la fertilidad, el ciclo eterno de la sucesión y la extinción. Tenemos testimonios de ella como diosa principal hacia el 3200 a.C. La conoce ya la religión sumeria, su imagen se encuentra en el arca sagrada de Uruk, ciudad mesopotámica cuyos orígenes se remontan a la prehistoria. La adoran en Assur, Babilonia, Nínive y Menfis. La podemos descubrir también en la forma de la india Mahadevi (gran diosa), la podemos identificar en Egipto bajo los rasgos de Isis, el modelo casi exacto de la María cristiana.

Los Kurritas Sauska, los súmenos la llaman Inanna,  los Asirios Militta, los babilonios Istar, los sirios Atargatis, los fenicios Astarté; los escritos del Antiguo Testamento la denominan Asera, Anat o Baalat (la compañera de Baal), los frigios Cibeles, los griegos Gaya, Rhea o Afrodita, los romanos Magna Mater.

La Gran Madre, sin embargo, no está unida sólo con la tierra, con lo telúrico. Su destello se extiende —ya entre los sumerios— «por la ladera del Cielo» es «Señora del Cielo» diosa de la estrella Istar, la Estrella de la Mañana y el Atardecer, con la que es identificada hacia el 2000 a.C.; es Belti, como también la denominan los babilonios, es decir, literalmente, «Nuestra Señora»; es, según Apuleyo, «señora y madre de todas las cosas» la santa, clemente y misericordiosa, la virgen, una diosa que, sin quedar embarazada, da a luz.

El nacimiento del dios masculino

No obstante, en el Neolítico, también aparece el dios masculino junto a la diosa madre, considerado como el dios multiplicador. Nacen cada vez más divinidades masculinas: a menudo aún están sometidas —como hijos o amantes— a las femeninas, pero más tarde las igualarán en categorías y, finalmente, en las culturas patriarcales, serán dominantes. La Gran Diosa Madre es destronada y reducida a divinidad subalterna, después a diosa del mundo inferior: expresión del destierro de la religión maternal.

Del mismo modo, la mujer se ve des-categorizada, su poder reproductor, disminuido, mientras la honra del hombre, del padre se desarrolla. Sólo al árbol se le reconoce ahora potencia y vigor. Así, Apolo proclama en las Euménides de Esquilo: «La madre no da la vida al hijo, como dicen. Ella nutre el embrión. La vida la crea el padre»

De todas maneras, la divinidad masculina sale a la luz tardíamente en la historia de la religión y obtiene su dignidad como hijo de la diosa madre. El hijo de la diosa madre se convierte a menudo en su amante, y así nace el dualismo característico de las grandes culturas arcaicas, el pensamiento de las polaridades, el mito del matrimonio divino que concibe el mundo: Padre Cielo y Madre Tierra, cuyo matrimonio sagrado constituye el punto central del culto y la fe.

2 La Cultura fálica del androcentrismo y antropocentrismo

Desde muy pronto, los seres humanos intentaron estimular la potencia y la fecundidad, y creyeron que el crecimiento de los campos se aceleraría por medio de la copulación intensiva. Se pensó que la semilla y la cosecha, el embarazo y el nacimiento eran fundamentalmente igual. Los ritos de todas las épocas han demostrado esa relación, a menudo drásticamente. Los Chagga, una tribu bantú (del África Oriental), siembran la semilla, tendidos sobre el suelo y desnudos. Y los indígenas del río Negro superior, en el Brasil noroccidental, riegan con su semen los campos en medio de bailes rituales, mientras simulan el coito. Se compara al surco con la vagina, a la semilla sembrada con el esperma y al falo con el arado.

Representación de resurrección

Verdaderamente, sería erróneo interpretar el culto al falo sólo desde un punto de vista priápico, naturalista o incluso como simple muestra de perversidades. Para el hombre primitivo, la vagina y el falo, como conductor de la capacidad engendradora y reproductora, son sagrados, sus poderes más tangibles frente a la muerte. Esto muestra de manera exquisita la leyenda india del dios Shiva, irrumpiendo desde el Linga (falo) para matar a golpes a Yama, dios del reino de los muertos, y liberar a su propio adorador. Shiva también se materializa en las vulvas de las mujeres seductoras.

Para el culto al falo se relaciona también con la creencia en el Más Allá. Así, el gran dios itifálico Osiris sostiene su pene o lo señala, en las estatuas e imágenes, como representación de su resurrección, prototipo de la resurrección de sus adoradores. Y, por supuesto, el miembro también figuró en las tumbas de Grecia y Roma, como imagen de la fuerza reproductoras inagotable de la naturaleza, vencedora de la muerte.

Adoración del falo en el lejano Oriente

En la India, los pueblos anteriores a la llegada de los arios se llaman ya, en la literatura sagrada del país, los “adoradores del falo”. En todos los templos de Shiva, un dios principal del hinduismo, el Linga acompaña al Yoni como forma más frecuente y destacada de Shiva. Desde tiempos remotos, el santuario nacional del Nepal es un gran Linga flanqueado de números templos. Las religiones védico-brahmánica e hinduista están completamente impregnadas de sexualidad y, a partir de ellas, la adoración de la vagina y el falo encontró acogida incluso en el budismo. En el sintoísmo japonés, rebosante de ideas de fertilidad, se conoció hasta tiempos muy recientes un culto del pene de gran difusión, con grandes templos, fervorosas plegarias. Y algunas tribus africanas siguen practicando el coito ritual.

La adoración del falo en Egipto, Grecia y Roma

En Egipto, donde se decoraban los relieves de los templos con los grandes órganos sexuales de los dioses, el dios de la fertilidad Min fue presentado itifálicamente. Las estatuas de Osiris como animal de tres penes eran llevadas en procesión, mientras que a las mujeres —que en ese país gozaron durante mucho tiempo de gran estimación— agitaban excitadamente, mediante un mecanismo de cuerdas, la imagen del dios, que exhibía un enorme falo.

En el templo de Hierópolis se alzaba todo un frontispicio con grandes falos de unos quince metros de altura cuya construcción se atribuía a Dionisos, También en Grecia los órganos genitales humanos gozaron en mayor o menor medida de su homenaje ceremonial y el falo, de forma similar. En la India, se convirtió en un símbolo religioso. En los misterios de Afrodita también le correspondía al pene una especial significación, al igual que en el culto de Atenea.

Como ídolo específico de la fuerza genésica y la fertilidad se adoró en Grecia, Asia Menor y finalmente en todas partes del Imperio Romano. En suma, desde la India hasta África, desde Egipto hasta el país de los aztecas, muchos dioses de la procreación desfilan penis erectus en mano. Y hasta la época contemporánea los organos genitales de culto son venerados y celebrados en la intimidad, cuidados con mantequilla derretida y aceite de palma, o con grasa que «unge el bálano».

3 Practicas de reforzamiento de la cultura androcéntrica, patriarcal y antropocéntrica.

En el tercer milenio todos los países más civilizados conocían la cohabitación en los templos. El culto de la Gran Madre y los misterios de la vegetación dedicados a ella eran el momento preferido para la celebración de orgías con coitos rituales.

Desfloramiento en el templo*

En aquel tiempo existía la costumbre generalizada del desvirgamiento prematrimonial en el templo. Ninguna mujer podía casarse sin haber pasado antes por el rito de la desfloración. Como representante del dios actuaba entonces un hombre cualquiera, que permanecía totalmente en el anonimato.

Prostituciòn sagrada

Sin lugar a dudas que a ello se prestaron en aquel tiempo muchas otras. La cohabitación en el templo, como segunda forma en importancia de relaciones sexuales sagradas (y sin perjuicio de una floreciente prostitución profana), fue practicada profesionalmente por muchas mujeres. Las mujeres del templo, denominadas en Babilonia kadistu (sagradas), fueron llamadas hieródulas (doncellas sagradas) en Grecia, kadesh (consagradas) en Jerusalén o devadasis (servidoras de la divinidad) en la India.

De igual manera las hijas de los nobles podían ofrecer ritualmente durante largas temporadas sin que nadie desdeñara después casarse con ellas. Incluso los reyes consagraban a sus hijas en los santuarios y las hacían actuar de meretrices en el curso de grandes festejos. De Babilonia —cuya religión, sin fe en el más allá, probablemente fue la primera que incorporó a las prostitutas consagradas (protegidas por el Código de Hammurabi, la más antigua compilación jurídica del mundo) — la costumbre pasó a Siria, el país fenicio, Canaán, Asia Menor, Grecia, Persia y la India meridional.

Miles de hieródulas actuaban en los diversos templos; en Comana, la capital de Capadocia, en el santuario de la diosa Ma (madre); en el Ponto, en un templo rodeado por el río Iris, situado sobre abruptos peñascos y dedicado a Anaitis, una diosa semítica fusionada con la diosa de la fertilidad Ardvisura; en el templo de Afrodita en Corinto.

Incluso en el templo de Yahvé en Jerusalén existió durante algún tiempo un prostíbulo o burdel sagrado, por supuesto enérgicamente combatido por los profetas. La prostitución religiosa también debe de haber sido practicada entre los germanos, en el culto al dios de la fecundidad, Freyr.

Hieros gamos

Una tercera forma de antiguas relaciones sexuales rituales —que es, por cierto, el origen de las hieródulas— fue la boda sagrada (hieras gamos), el más importante de todos los cultos religiosos de la Antigüedad. Los esponsales sagrados se celebraban ya entre los sumerios, seguramente la más antigua de las grandes culturas.

Tampoco debemos olvidar que el judaísmo precristiano, que había adorado a muchos dioses extranjeros y había practicado la prostitución religiosa, ejecutaba aquel rito cada año en una ceremonia desenfrenada. El mito semita del emparejamiento entre Baal y una temerá —seguramente una manifestación de la diosa madre—, a juzgar por lo que sabemos, también tiene connotaciones hierogámicas.

El propio Cantar de los Cantares, interpretado por los cristianos como alegoría del amor de Dios a Israel (o de Cristo a la Iglesia, o del Logos a María) y reconocido más tarde como expresión de una lírica amorosa «profana» evidentemente tiene su «localización vital» en la festividad hierogámicas de alguna pareja de dioses palestinos. En la India se celebraban bodas sagradas en época aún más tardía. Así, el rey Harsa de Cachemira (hacia 1089-1101), para prolongar su vida, se unía ritualmente con jóvenes esclavas calificadas de diosas.

Las ceremonias del hieras gamos se han practicado hasta con animales, sacralizados desde los tiempos más remotos. Algunos se convirtieron en símbolos o acompañantes de los dioses de la fertilidad.

Promiscuidad con el caballo

Entre los celtas, cuyos gobernantes obtenían su dignidad mediante la boda con una diosa madre, había un rito de hieras gamos con un caballo. El futuro rey tenía comercio sexual con una yegua. El motivo también fue incluido en el equus october de los romanos, en el mito de Volsi del norte germánico, y sobre todo en el asva-medha indio (textualmente, «sacrificio del caballo»; el cruce con el caballo)… probablemente, el sacrificio más notable del mundo. El «sacrificio del caballo» de la antigua India debía estimular la totalidad de la vida sexual y de la vegetación. Posteriormente, en muchos casos el rito de la hierogamia sólo se ejecutó de forma simbólica.

Orgías sagradas colectivas

Originalmente, sin embargo, los esponsales sagrados eran seguidos de copulaciones colectivas, como ocurría durante las grandes fiestas de la vegetación en el culto de Istar, donde primero copulaba el rey con la gran sacerdotisa ante los ojos de todo el pueblo y después se emparejaban los reunidos de forma más o menos aleatoria. Tal promiscuidad era orgía en su sentido original, sacrificio, culto al dios.

«Misas negras»

En la Edad Media también sobrevivieron restos de antiguos cultos extáticos y se llevaron a cabo variadas prácticas sexuales, que frecuentemente culminaban en desfloraciones y apareamientos colectivos, que tenían el coito como meta. Bajo los cimientos de Notre-Dame de París se descubrió un altar (consagrado a Cernuno, una divinidad cornuda) sobre el cual se celebraban «misas negras»

Asimismo, ciertas creencias secretas de la Cabala cultivaban la magia sexual. Jacob Frank (1712-1791), fundador de la secta de los zoharistas o contra talmudistas, no interpretaba la llegada del Mesías, la Salvación, desde una perspectiva histórica, sino que recurría a un punto de vista simbólico y orgiástico-sexual, a través del despertar interior de cada ser humano, de la comunicación íntima con una mujer. Frank veía en la joven «una puerta a Dios»

¿Por qué abstinencia en lugar de satisfacción o placer?

Verdad que ya mucho antes del cristianismo habían aparecido cada vez más influyentes enemigos no sólo de la sexualidad, como centro de muchas religiones antiguas, sino también de la adoración de las diosas madres y de la mujer. Surgieron fuerzas —y por cierto siempre bajo la égida religiosa— que combatieron la una o la otra o ambas a la vez. Comenzó la guerra entre los sexos y contra la sexualidad en general.

El hombre primitivo —como el creyente cristiano de hoy— no renunció entonces por altruismo, por nobleza del alma, sino para obtener algo a cambio, para demandar, en cierto modo para arrebatar algo a la Naturaleza o a los dioses, esto es, para negociar algo mediante un sacrificio. Así, el hombre renunció progresivamente hasta a su vida sexual, se sacrificó por la cosecha, por la pesca, por una caza abundante, guardó continencia antes de la lucha o de un largo viaje.

En todo caso, fue en este contexto en el que surgió el tipo «clerical» que intentaba utilizar en su propio beneficio los instintos de protección y miedo de aquellos hombres, intensificando su medio e inseguridad, haciendo tambalear aún más su confianza en la existencia justamente para poder después ofrecer sus servicios, sus anestesias y narcóticos, sus esperanzas, su salvación.

Así pudieron surgir y crecer conceptos como «pecado» «corrupción» o «condenación»; así pudo llegarse finalmente a aquella «especie de agrupación y organización de enfermos» cuyo «nombre más popular» es, como dice Nietzsche, «Iglesia»… Esta tendencia que ha eclipsado milenios enteros, dirigida contra la Naturaleza y contra este mundo, sin matices, esta tendencia que, por supuesto, es una típica imagen reaccionaria, se desarrolló también, y en no escasa medida, en aquellos dos círculos religiosos y culturales que luego iban a ejercer más influencia en el cristianismo: el judaísmo monoteísta y los misterios helenísticos.

Conclusiòn

Es un tema de la cultura, de las religiones y de la etica, del cuerpo, de la sexualidad y de maneras de comprender las relaciones con el universo, Dios, la comunidad humana. Propongo que entremos en un dialogo abierto, critico y constructivo, sin perder de vista nuestra visiòn pastoral, biblica y ètica.

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