Julio de Santa Ana. Discípulo, Testigo y Maestro: José Míguez Bonino † (1924-2012)

Uno tema  reiterativo que durante mi carrera de docente en teologías contemporáneas y teologías en América Latina, siempre ha sido sobre el rol de los teólogos protestantes en América Latina y la importancia de su pensamiento en la construcción global y regional de la identidad protestante. José Miguez Bonino, ha sido uno de esos teólogos más creativos y productivos de América y a quien debemos, a él y su familia,  sus aportes a una teología protestante ecuménica, pastoral, misionera y contextual.

Entre 1943-1948, Bonino fue a Estudiar su Licenciatura en Teología a la Facultad Evangélica de Teología (FET) en Buenos Aires. Entre sus compañeros de clase estaban:  Mortimer Arias, Julio de Santa Ana y Emilio Castro. Un núcleo teológico prominente. Presentamos la exposición de Julio de Santa, en el contexto de la muerte de su hermano, amigo y compañero de estudios y ministerios José Míguez Bonino.

Hace seis años, nuestro hermano Bonino..

Edward Salazar Cruz

Discípulo, Testigo y Maestro: José Míguez Bonino † (1924-2012)

Julio de Santa Ana

Hay personas que se afirman de tal manera en su existencia que no necesitan vanagloriarse, ser altaneros, jactanciosos o arrogantes para formar parte naturalmente de quienes se destacan por sus cualidades. Más aún, estas personas no intentan hacerse notar, poner en evidencia su reputación, crédito o fama para que redunde en su prestigio y renombre. Son seres que se distinguen más bien por su sencillez, su afabilidad, sobresaliendo de tal manera que -sin quererlo- llegan a ser ejemplo para otros. La distinción que trasuntan en su existencia es una marca de su elegante manera de ser. Tanto en la vida como en la muerte nos muestran sendas por las que es bueno caminar. Lo que he escrito ha estado rondando mi mente por ocasión del deceso de José Míguez Bonino, que fue uno de nuestros guías espirituales, gran teólogo y un testigo fiel del evangelio de Jesucristo.

José Míguez Bonino murió el 30 de junio del corriente año en Tandil, ciudad situada a unos 500 km al sur de Buenos Aires, en casa de su segundo hijo, profesor de historia en la Universidad de esa ciudad. El hijo mayor es profesor de Teología en el Instituto Universitario ISEDET, en tanto que el menor es ingeniero eléctrico. Su esposa se llamó Noemí, de familia neerlandesa, murió hace pocos años tras una larga y penosa enfermedad. Desde que ocurrió el fallecimiento de José Míguez, son muchas las voces de casi todo el mundo que expresaron sentimientos de alta estima y de gran tristeza al mismo tiempo, por quien fue ministro de la Iglesia Metodista en Argentina, teólogo brillante, dirigente ecuménico, participante activo en diálogos interreligiosos, militante de la promoción y la defensa de los derechos humanos, y un agente destacado en la lucha por la justicia y la democracia. Se lo recuerda como un testigo del evangelio de Jesucristo, sea en el plano de la acción como del pensamiento. Son muchas las instituciones y organizaciones que han señalado el valor de su liderazgo: la Iglesia Metodista de Argentina, el Consejo Mundial de Iglesias, el Consejo Latino Americano de Iglesias (CLAI), la Fraternidad Teológica Latinoamericana, algunos círculos de la Iglesia Católica Romana, representantes de diferentes grupos que se interesan en las relaciones interreligiosas; todos han puesto de manifiesto la admiración que ha suscitado su vida, celebrada por gente de todas clases sociales. Recordamos especialmente a quienes fueron sus colegas y amigos de aquellos movimientos que se caracterizan por su interés en hacer avanzar el progreso social. También a muchos teólogos, de varias edades, tanto coetáneos de Míguez como más jóvenes, particularmente a quienes fueron sus compañeros en la Asociación de Teólogos del Tercer Mundo (EATWOT) y que valoraron a Míguez Bonino por su pensamiento, palabra y obra.

En este artículo deseo poner de relieve algunos aspectos de su obra y pensamiento. En diversas ocasiones compartimos preocupaciones convergentes sobre cuestiones que se planteaban en las sociedades de Argentina (su país) y de Uruguay, nación en la que viví y de la que soy ciudadano. He tenido el privilegio de haber sido alumno de Míguez cuando comenzó a enseñar Ética en la Facultad Evangélica de Teología (FET, como entonces se la llamaba). Fue un excelente profesor, que se empeñó en promover la reflexión personal de los estudiantes. No le interesaba que sus estudiantes repitiesen sus ideas; pensaba con los alumnos y procuraba que quienes asistían a la exposición de la disciplina pensaran con él. Míguez había estudiado en la Facultad. Una de las exigencias de los planes de estudio de la FET para que quienes allí estudiaban pudiesen obtener la licencia o el bachillerato en teología establecía que, al cabo de dos años los alumnos tuvieran que hacer por lo menos un año de trabajos prácticos. La Iglesia o denominación a la que pertenecía el estudiante decidía dónde debería ir. Por ejemplo, Míguez Bonino y su esposa fueron enviados a servir a Cochabamba (Bolivia) durante su año de práctica. Al regresar a Buenos Aires escribió una tesis de gran valor sobre la noción de “libertad cristiana” según el pensamiento humanista de Erasmo y la teología de Lutero (en el texto José Míguez cotejaba las ideas del pensador de Rotterdam sobre de libero arbitrio con las del reformador de Erfurt acerca del servo arbitrio).

Al terminar su formación teológica fue ordenado Presbítero por la Iglesia Metodista (que por entonces tenía como campo misionero toda la región del Río de la Plata: Argentina y Uruguay) y enviado a servir a San Rafael, una pequeña ciudad cerca de Mendoza, al pie de la cordillera de los Andes, al oeste de Buenos Aires. Durante el periodo en el que trabajó como pastor en San Rafael, Míguez Bonino insistió sin equívocos en que la comunidad cristiana debe asumir los elementos que el contexto concreto en el que se encuentra le plantea. La comunidad cristiana está llamada a actuar reconociendo los elementos del contexto del contexto en el que vive. Tiene que reconocer el mundo concreto en el que se encuentra y responder a los desafíos. La voluntad de Dios es positiva; no se es responsable para con Dios cuando se ignora la existencia de los diversos aspectos de la situación en que se encuentra la comunidad cristiana. Las comunidades Metodistas eran conocidas por el empeño que ponían en practicar una ética puritana, motivada principalmente por alcanzar la salvación personal, lo que muchas veces las llevaba a rechazar los aspectos socioculturales dominantes en la situación. Para no ser envuelto por las redes pecaminosas del mundo, se caía en la apariencia, en la ficción, de entender que la realidad era propiedad del diablo. En estas circunstancias, la predicación de Míguez Bonino recalcó que la comunidad recibía el llamado de abrirse al mundo. “La iglesia está en el mundo, pero no es el mundo”. Es sal del mundo, lo que no significa que se nos llama a transformar el mundo en una montaña de sal (¡porque eso es sinónimo de hacerlo indigesto!). Él recordaba a los miembros de la parroquia metodista de San Rafael, que deseaban comunicar el mensaje del evangelio del reino de Dios, que el cumplimiento de la comisión misionera se lleva a cabo en situaciones reales. El mensaje evangelizador, que nos dice que el “reino está próximo”, nos lleva al mundo. Son las situaciones mundanas, inaceptables para Dios, las que -por la gracia del Señor- pueden llegar a transformarse en “buena nueva”.

Vivir con la Palabra de Dios

El Evangelio de Jesucristo llegó a tierras americanas gracias al esfuerzo de aventureros que buscaban oro y poder por encima de todo. El mensaje cristiano, primordialmente católico romano, fue de segunda o menor importancia para aquellos maleantes que osaron enfrentar riesgos, inseguridades y albures diversos. Salvo algunas personalidades muy valiosas, que con sus vidas ofrecieron un testimonio de fidelidad al Evangelio, la mayoría de los conquistadores y de quienes prolongaron sus azarosos lances, no se mostraron muy atentos ni cuidadosos con los valores y acciones que requiere la predicación del verdadero evangelio. Cabe decir que durante el período del llamado “descubrimiento” (fin del siglo XV), de la conquista y de la colonización (siglo XVI), en España predominó la violencia contra judíos y moros. Hubo algunos que, tratando de escapar de tanto fanatismo, rudeza y brutalidad, al mismo tiempo que abjuraban de su confesión de fe, buscaron en tierras americanas una seguridad que perdieron bajo el reinado de los reyes católicos. Entre quienes cruzaron el Atlántico había personas que estaban motivadas por un generoso impulso que los llevó a servir, en vez de practicar la dominación. Montesinos, Valdivieso, Fray Bartolomé de las Casas y otros que orientaron sus vidas de acuerdo al evangelio de Jesucristo, y son recordados por su idiosincrasia.

Esos fueron años de “reforma” en las instituciones cristianas. Si bien la Reforma se abrió camino entre quienes deseaban la renovación de la Iglesia, hubo regiones donde el proceso de transición fue reprimido violentamente. Esto ha tenido consecuencias innegables en América. Una de ellas es el control ejercido sobre la reflexión teológica. Teniendo en cuenta esta situación, José Míguez Bonino señaló en una entrevista que le hicieron que “la teología no nació en América Latina”. Más bien, agregó, que la breve historia de la teología en Latinoamérica se manifiesta como un proceso de control. Al escribir esto no me refiero únicamente a la teología católico romana, sino también a la evangélica (o protestante). Sólo en el lapso de las últimas cuatro o cinco décadas, la teología cristiana comenzó a responder a preguntas que se plantean en el entorno latinoamericano, y a reflexionar a partir de la realidad de los pueblos de América Latina. Esta nueva situación es emergente; ha comenzado a tomar forma durante las últimas décadas. Es fruto de la reflexión de teólogos que osan pensar, que se animan a preguntar con libertad: ¿quién es Dios, ¿qué significa? ¿Quién es Jesucristo? ¿Y el Espíritu Santo? ¿La Iglesia? Entre esos teólogos se destacan Gustavo Gutiérrez, Rubem Alves, Juan Luis Segundo, Jon Sobrino, Hugo Assmann, Enrique Dussel, Leonardo Boff, Frei Betto, etcétera. Entre ellos merece ser destacado José Míguez Bonino.

Una enorme cantidad de latinoamericanos (una mayoría evidente), percibe aún a las iglesias evangélicas como enclaves de las culturas anglosajonas. Esta situación está cambiando; el crecimiento de muchas comunidades populares (especialmente las pentecostales y neo-pentecostales) es incontestable. No obstante, cuando se reflexiona sobre el protestantismo latinoamericano, se lo relaciona con grupos en los que predomina el estilo de vida norteamericano, o con comunidades europeas de origen británico, o alemán, neerlandés, escandinavo, valdenses piamonteses, suizos, etcétera. Esta situación prevaleció en tanto iban corriendo los siglos XIX y XX. Los metodistas no fueron la excepción. A pesar de la extensa red educativa de colegios metodistas que sirven a comunidades burguesas de varios países de la región, que cuenta también con algunas universidades, lo que significa que la Iglesia Metodista tiene raíces claras en varias naciones latinoamericanas, aún se los percibe como núcleos foráneos. También otras comunidades evangélicas se consideran de modo semejante: diversas comunidades reformadas, anglicanas, menonitas, escandinavas, luteranas de origen alemán, etcétera. Es un hecho que debemos aceptar que los evangélicos fueron considerados como presencia extranjera en la realidad socio-cultural que se desarrolló al sur del Río Bravo. José Míguez Bonino hizo una contribución decisiva al autoconocimiento de los protestantes en uno de los últimos libros que publicó: Rostros del protestantismo latinoamericano. En ese texto recordó el debate que dominó la vida de las comunidades protestantes desde finales del siglo XIX hasta el fin de la centuria pasada, cuando se enfrentaron el protestantismo liberal y el fundamentalismo protestante. Los valores y los objetivos afirmados por los liberales recibieron la adhesión de la mayoría de los metodistas. Míguez Bonino en el libro citado analizó los elementos de ese debate, que en muchos aspectos reflejó la discusión tal como tuvo lugar en las Iglesias Evangélicas de Estados Unidos. El fundamentalismo protestante ha asumido tradicionalmente posiciones socio-políticas conservadoras, en tanto que quienes optan por posturas liberales defienden tendencias socio-políticas progresistas. En lo teológico, el liberalismo dio fuerza sobre todo al pensamiento del “Evangelio Social” (Social Gospel), defendido, entre otros teólogos, por Walter Rauschenbusch.

Los fundamentalistas protestantes predominaron entre los evangélicos de América Latina, pero no llegaron a gozar del apoyo de las mayorías. Su teología es claramente dogmática, y su estilo de vida es conservador. José Míguez Bonino no ha sido partidario de las ideas fundamentalistas que, sin embargo, respetó. No obstante, no pudo aceptar las posiciones dogmáticas de los fundamentalistas. Una disposición básica se manifestó nítidamente a través de su actividad teológica: su relación constante con la Biblia. Puede ser que en algún momento le haya atraído el uso de símbolos por parte de los teólogos del evangelio social, pero no compartió la ingenua utopía que sostenían al afirmar que el reino de Dios se estaba gestando en la historia. Por otra parte, no pudo aceptar las posiciones fundamentalistas: su interpretación de los símbolos de la fe no era compatible con su comprensión. Esta posición tiene que ser subrayada; permea toda su reflexión teológica. Siempre afirmó que no recibimos de la Biblia respuestas “ya hechas a los desafíos, angustias y enigmas que nos presenta la vida”. En la Biblia podemos hallar consejos para nuestras acciones, orientación y sentido. De ahí que haya indicado la necesidad de estudiar de manera permanente su contenido como Palabra de Dios. No iba a la Biblia como quien va a consultar el horóscopo del día, sino como quien intenta encontrar orientación en situaciones que muchas veces nos confunden y abruman.

Esta preeminencia de la Biblia fue apuntalada por otras dos influencias que siempre, de manera evidente, se hicieron presentes en su modo de hacer teología. Una fue el pensamiento de Karl Barth, que comenzó a ser conocido por pensadores latinoamericanos en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial. Barth no aprobó la postura de muchos teólogos protestantes que relacionaban la emergencia y el desarrollo del pensamiento evangélico con la cultura moderna occidental. Para el teólogo suizo, la autoridad del pensamiento teológico se encuentra en la Palabra de Dios, que tiene actualidad porque se trata de un mensaje que tiene sentido histórico. Para Barth, la tarea del teólogo (que como dijo Pascal, conlleva un gran riesgo) requiere no sólo una lectura atenta de la Biblia, sino, también, de los procesos históricos en los que participamos. Como se ha repetido: “con la Biblia en una mano y el periódico en la otra”. Por eso mismo Barth criticó duramente las posiciones de muchos teólogos que se preocuparon por las tendencias culturales de su tiempo, de las que excluían el sentido del mensaje bíblico. Su teología hizo frente a poderes humanos que intentaron manipular los símbolos y contenidos de la fe. Míguez Bonino se interesó por el pensamiento de Barth desde la época en la que comenzó sus estudios en la Facultad Evangélica de Teología (FET). El coraje del teólogo suizo, que denunció el nazi-fascismo, fue una fuente de inspiración para el joven estudiante metodista. Desde su juventud, cuando se le preguntaba sobre qué es la teología, repetía lo que había aprendido de sus lecturas de Barth: “Es la reflexión de las comunidades cristianas sobre la misión en el mundo, bajo la autoridad de las Sagradas Escrituras”.

La otra influencia es la del movimiento ecuménico. El objetivo de lograr la unidad cristiana tomó gran impulso entre jóvenes cristianos, sobre todo estudiantes, en el correr de la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. La toma de conciencia, a que se llegó durante ese periodo, del daño que causaban las divisiones de las iglesias, sobre todo la actitud competitiva de muchas denominaciones, contribuyó para que un número creciente de dirigentes de las iglesias entendieran que debían arrepentirse. Miembros de las comunidades formadas por jóvenes, sobre todo los que militaban en el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC), se comprometieron activamente para que el movimiento por la unidad de las Iglesia tomara impulso. Esta línea de acción se hizo sentir también en América Latina, especialmente en el Río de la Plata y Brasil. José Míguez Bonino fue un activo participante en el MEC desde sus años juveniles, hasta llegar a ser un mentor y gran dirigente del movimiento ecuménico. Este rasgo personal se mantuvo con firmeza hasta el fin de su existencia, y marcó de manera indeleble su pensamiento teológico.

Su formación teológica se afirmó durante los años 1945-1955, en dos etapas. Ya hemos recordado cuando la Iglesia Metodista del Río de la Plata lo envió a la comunidad de San Rafael. En 1952, las autoridades de su iglesia decidieron que debía continuar su formación teológica a nivel de posgrado. Fue a la Universidad de Emory, a la Escuela de Teología Candler, donde obtuvo el título de maestría. Regresó a Argentina en 1955, y fue designado profesor de Ética. Ocupó entonces cargos de responsabilidad en su denominación, en tanto continuó dando asistencia pastoral al grupo del MEC que se reunía en Buenos Aires. Durante el lapso transcurrido en Atlanta, otro teólogo relacionado con el Movimiento Estudiantil Cristiano, Richard Shaull, fue invitado por las autoridades de la FET a dar un ciclo de conferencias sobre cuestiones relativas a la justicia social. Shaull introdujo entonces el pensamiento de Dietrich Bonhöffer, el teólogo alemán que fue asesinado por los nazis pocos días antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Cuando José Míguez Bonino regresó a Buenos Aires, los jóvenes participantes en la comunidad del MEC le solicitaron que continuase la reflexión sobre la vida y la obra de Bonhoeffer. Acompañados y guiados por Míguez, ese fue un periodo brillante para el MEC de Argentina.

En 1958, volvió a Estados Unidos, donde permaneció dos años, hasta 1960. En esta ocasión hizo estudios en el Seminario Teológico Unido de Nueva York, para obtener el doctorado en Teología. Terminando su estadía defendió una tesis sobre el ecumenismo en América Latina: A Study of Some Recent Catholic and Protestant Thought on the Relation of Scripture and Tradition. Concomitantemente, cambios importantes tuvieron lugar en la vida institucional de la enseñanza teológica en Buenos Aires: la Facultad Evangélica de Teología (FET) se unió con la Facultad Luterana de Teología (que funcionaba en José C. Paz, periferia de Buenos Aires). La nueva institución fue llamada Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET). Míguez Bonino fue designado rector de esta institución, cargo que desempeñó de 1960 a 1969. Después, a partir de este último año, fue nombrado Director de Estudios de Posgrado.

Un evangélico de América Latina en el Concilio Vaticano II

En octubre de 1958 Giovani Roncalli fue electo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Romana. Fue una elección difícil del Colegio de Cardenales. A principios de enero del año siguiente, el nuevo Papa anunció que tendría lugar un nuevo Concilio Ecuménico. Su decisión sorprendió a la mayoría de los fieles de la Iglesia Católica con sede en Roma. Para los observadores y analistas de las instituciones religiosas, el llamamiento a un nuevo Concilio fue un acto valeroso, inesperado para muchos. La mayoría de los obispos católicos no previeron aquella decisión de un “papa de transición”. Fue el comienzo de un proceso que anhelaban algunos dirigentes de la Iglesia, interesados en su renovación. El Concilio precedente (que tuvo lugar en 1870), no llegó a ser clausurado en virtud de circunstancias históricas que pusieron en evidencia que la institución romana se encontraba a la defensiva. Fue conservador. El nuevo concilio (que ha pasado a la historia como “Concilio Vaticano Segundo”) comenzó a en 1962 y clausuró sus trabajos en 1965, luego de cuatro sesiones. Giovani Roncalli, más conocido como Juan XXIII, murió en 1963, sucediéndole quien era arzobispo de Milán, Monseñor Montini. La preocupación mayor de Roncalli era que la Iglesia Católica Romana experimentase una renovación espiritual. Para él, así como para otros obispos y teólogos católico romanos (Rahner, Congar, Küng, Häring, etcétera), era necesario promover transformaciones en la Iglesia Romana, sacándola de la posición petrificada e inamovible en la que estaba anclada. El concilio fue “ecuménico” porque iglesias de todo el mundo, que aceptaban la autoridad del obispo de Roma, fueron representadas. Además, también lo fue porque otras iglesias (confesiones y denominaciones) también fueron invitadas a que enviaran observadores a todas las reuniones oficiales del Concilio.

José Míguez Bonino fue uno de los dos observadores que el Consejo Mundial Metodista (World Methodist Council) designó para representarlo durante todo el concilio. Además, fue muy importante por el hecho de que fue el único evangélico latinoamericano que siguió las conversaciones, diálogos y debates que tuvieron lugar de manera previa a la adopción de documentos oficiales que rigen la vida de la Iglesia Católica Romana. En 1967 publicó un libro que recogió algunas de sus experiencias y reflexiones como Observador en el Concilio: Concilio abierto. Allí Míguez escribió: “Juan XXIII dijo que el Concilio fue como una ventana abierta en la vida de la Iglesia Católica. En este sentido, fue un éxito. En el aula donde el Concilio tuvo sus reuniones de trabajo, las voces del mundo hallaron eco. Voces que imploran, expresiones de angustia, incluso de juicio. A través de las puertas del Vaticano pasó una multitud de observadores y delegados de otras iglesias. No obstante, a través de su participación otra voz se hizo oír, por cierto más crítica, más poderosa y consoladora: la voz de la Palabra de Dios”.

Los Padres conciliares debatieron y aprobaron diez y seis documentos a lo largo de las cuatro sesiones. No tienen todos la misma importancia: hay Constituciones, Declaraciones, Decretos. Algunos permiten comprender de manera más clara la abertura de la Iglesia de Roma en el Concilio. Entre estos merecen ser citados el Decreto sobre ecumenismo (Unitatis Redintegratio), la Declaración sobre Relaciones con las Religiones no Cristianas (Nostra Aetate), la Declaración sobre Libertad Religiosa (Dignitatis Humanae). Los debates sobre la interpretación y el sentido de otros textos continúa hasta el presente, sobre todo de las Constituciones: Dei Verbum (sobre la revelación), Lumen Gentium (sobre la Iglesia), y Gaudium et Spes (la Constitución Pastoral sobre las relaciones de la Iglesia con el mundo moderno). Puntos de vista diferentes, énfasis y particularidades diversas se tienen en cuenta y mantienen viva la controversia. Esto significa que los contextos y circunstancias gravitan cuando se trata de entender y comunicar textos conciliares. Por ejemplo, la Declaración sobre la Libertad Religiosa ganó actualidad en América Latina debido a la evolución que tuvo lugar en muchos países en el período que va desde principios de la década de 1960 hasta el fin de los años l980.

La presencia de Míguez Bonino en el Concilio Vaticano II fue importante en varios aspectos: por un lado, porque hizo evidente que en América Latina se debe tener en cuenta la presencia evangélica. Dicho de otra manera: que no hay fundamento válido para sostener que los pueblos latinoamericanos tienen que ser católicos romanos. Se debe reconocer que el mensaje cristiano ha sido proclamado en América al mismo tiempo que Occidente ejercía su dominación, y este proceso exige una práctica de arrepentimiento de todas las iglesias. Éstas están llamadas a abandonar el espíritu polémico que está presente en la predicación del mensaje cristiano, a dar testimonio de sus relaciones fraternas mediante el diálogo, y a comprender que la misión de Dios nos llama a la colaboración y a la unidad.

Por otro lado, quedó claro que la situación histórica de los pueblos latinoamericanos legitima la predicación del Evangelio, que es buena noticia para los pobres y manifestación del Espíritu de Jesucristo. El Evangelio llama a amar al pobre y a luchar por la liberación de los oprimidos. La presencia de Míguez en el Concilio Vaticano II fue una expresión de que el cristianismo plantea el reconocimiento de la presencia de Cristo entre aquéllos que son los ciudadanos del Reino de Dios (Mt 5.3-11; Lc 6.20). Como lo recordaba él mismo: “Tiene que haber sido un llamado a la humildad que los obispos españoles tuvieran que compartir la misma mesa con el hijo de un obrero”.

Además, desde una perspectiva teológica, la participación de un evangélico latinoamericano en los debates y reflexiones del Concilio hizo evidente que podemos colaborar, acoger las reflexiones que elaboramos, y que en el servicio a Dios y a Jesucristo lo importante es nuestra convergencia. Es apropiado recordar lo que decía Juan Wesley: “Si tu corazón es como el mío, entonces ven, dame la mano, y caminemos juntos.” La presencia de Míguez Bonino en el Concilio —la de un evangélico latinoamericano entre eminencias y monseñores— puso de relieve algo que sería claro para quienes hacen teología en Latinoamérica: que la reflexión teológica no se hace desde una posición de preeminencia, sino de humildad y servicio.

En 1961, José Míguez participó en tres importantes acontecimientos ecuménicos: la 2ª Conferencia Evangélica Latinoamericana, que tuvo lugar en Lima; la Conferencia sobre Iglesia y Sociedad, en Huampaní (Perú), ocasión en la que se fundó la Junta Latinoamericana de Iglesia y Sociedad (más conocida por Iglesia y Sociedad en América  Latina, ISAL), de la que fue uno de sus fundadores. Además, estuvo presente en la Tercera Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, que se llevó a cabo en Nueva Delhi, India. Su participación en estas reuniones, especialmente en la del CMI, prepararon su mente y espíritu para involucrarse en el Consejo Vaticano II. Fue un periodo en el que adquirió una formación especial para trabajar y ser un dirigente del movimiento ecuménico mundial. Llegó a ser miembro de la Comisión de Fe y Constitución del CMI, miembro de su Comité Central, y en su 5ª Asamblea General (Nairobi, Kenya), fue elegido uno de sus presidentes. Su compromiso de dar testimonio del Evangelio de Jesucristo, de vivir llevando adelante el ministerio de reconciliación entre los creyentes y quienes no creen, fue una constante en su existencia. Tengo la convicción de que fue el teólogo que reflexionó más a fondo sobre los diversos aspectos del movimiento ecuménico. Esas reflexiones no fueron sólo teóricas, sino que permitieron avanzar a las iglesias en camino de su convergencia y unidad. Para citar solo un ejemplo: cuando tuvo lugar la reunión en la que las iglesias y movimientos cristianos debatieron sobre la posibilidad de que fuese fundado un “Consejo Latino Americano de Iglesias”, hubo un momento de indecisión. ¿Cómo superar la rigidez que parecía producirse en muchos delegados? José Míguez hizo una propuesta que permitió salir adelante: sugirió que se dijera que el CLAI se encontraba “en formación”. Las iglesias aceptaron y el Consejo de Iglesias de América Latina se afirmó a partir de esa propuesta. Fue una demostración de “sabiduría” ecuménica, que combinó las reflexiones sobre cosas concretas que se debaten, el conocimiento, la experiencia, la vivencia del Espíritu… Es lo que permite comunicar y afirmar el vínculo de la paz. José Míguez Bonino dio testimonio de ello; por eso, además de demostrar su capacidad para la docencia de la teología, fue maestro (magister) en cuestiones relacionadas con la unidad y el diálogo.

Participación social: Liberación en la Iglesia y la Sociedad

Cuando se tomó la iniciativa de fundar la Junta Latinoamericana de Iglesia y Sociedad (ISAL) en 1961, Luis Odell fue designado para ejercer la responsabilidad de Secretario General. También metodista, laico, era oriundo de Rosario de Santa Fe, la misma ciudad en la que Míguez Bonino había nacido. Odell vivía en Montevideo. Tenía el don de motivar a las personas para apoyar causas en las que creía. Fue el caso de la Junta de Iglesia y Sociedad, cuyo objetivo fue generar conciencia en torno a cuestiones que se planteaban en las relaciones de las iglesias y la sociedad. El Consejo Mundial de Iglesias, que prestaba una gran atención a estos temas, apoyó sólidamente a la Junta. Pronto se pudo percibir que las actividades organizadas por ISAL cubrían áreas de acción eclesial, promoviendo la evangelización y el testimonio cristiano en planos importantes del pensamiento y la acción.

Míguez Bonino fue parte activa de quienes se comprometieron a poner en marcha ISAL. Contribuyó a desarrollar diversos tipos de acciones; su presencia era una garantía de la labor rigurosa que el nuevo organismo comenzó a cumplir. Muy pronto, ISAL llegó a ser percibida como un foco que reunía a laicos y pastores, que tenían preocupaciones sociales y que, gracias al organismo que acababa de ser creado, comenzaron a emprender juntos algunas tareas. Entre las personas que se involucraron en algunas de sus iniciativas podemos mencionar a Mauricio López, Hiber Conteris, Richard Shaull, Emilio Castro, Orlando Fals Borda, Waldo César, Jether Pereira Ramalho, Gerardo Pet, Julio Barreiro, Óscar Bolioli, Carlos Delmonte, etcétera. No es de extrañar que muchos jóvenes que se reunían en las comunidades del Movimiento Estudiantil Cristiano pronto se integraron a ISAL, entre ellos menciono a Néstor García Canclini, Leonardo Franco, Leopoldo Niilus, Rubem Alves y otros que fueron motivados a profundizar el sentido de su fe y su acción social. José Míguez fue uno de los que ofrecieron su servicio para que ISAL llegara a ser una referencia que debemos tener en cuenta cuando se alude al testimonio social de los evangélicos en el proceso de los pueblos latinoamericanos. Una referencia polémica, sin dudas, pero importante. ISAL rompió el cerco del gueto evangélico en Latinoamérica. Míguez fue uno de los que dieron más importancia a la presencia de la Iglesia en la sociedad, mostrando el camino a seguir En el comienzo de su trayectoria ISAL puso énfasis en la formación de cuadros, sobre todo de laicos que actuaban en diversos planos de la sociedad. Así fue que se organizaron institutos regionales en los que, durante un breve período, 30 – 40 personas se preparaban para dar un testimonio cristiano en el medio social en el que actuaban. El programa de estudios y publicaciones de ISAL era el sostén que coadyuvaba la formación que se ofrecía a través de conferencias, seminarios e Institutos de formación. La revista Cristianismo y Sociedad, que aparecía trimestralmente, desempeñó un papel importante divulgando textos que comunicaban las reflexiones que tenían lugar en el marco de los grupos de estudio, trabajos teológicos, problemas que interesaban a quienes se preocupaban por cuestiones sociales, económicas, culturales y políticas. La revista dio prioridad a los debates teológicos, a través de los que buscaba aclarar el sentido del testimonio de fe de las comunidades cristianas.

ISAL llegó a ser conocida rápidamente en círculos seculares; comenzó a participar e influir discusiones de organizaciones y movimientos ideológicos que hasta entonces no habían tomado en cuenta el pensamiento de los evangélicos. La década de los años 1960 fue un período en el que los debates y controversias sobre asuntos sociales fueron muy animados en Latinoamérica; el comienzo de la revolución cubana interesó -sobre todo a la juventud- a tomar posición en torno a temas tales como: ¿Reforma o revolución?; ¿Los cambios sociales debían ser motivados por la sociedad civil o por grupos militantes inspirados por las guerrillas? ¿Qué orientaciones debían ser seguidas para que hubiese una mayor justicia social? ¿Qué ideología debía ser asumida: la democracia cristiana o el marxismo? ¿Se excluyen mutuamente la fe y las ideologías? ¿Puede un cristiano ser marxista? ¿Cuál podía ser la relación entre los cristianos y los marxistas? ¿Qué función tienen los programas de educación popular en América Latina? ¿Qué actitud tomar en sociedades en las que aumentaba la violencia represiva de los militares? Estos desafíos, y otros de tipo similar, estimulaban el intercambio de posiciones encontradas (sobre todo entre la juventud). Llevaban a tomar decisiones arriesgadas. Fue un periodo en el que — como lo da a entender el título famoso de la pieza de Sartre— todos debían ensuciarse las manos. La vivencia de esos “años de plomo” (como llaman algunos a este tiempo-permite comprender el ambiente que existía cuando nació ISAL y comenzó a estar presente en América Latina.

Ahora, cuando las tendencias históricas han perdido el carácter dramáticos que tuvieron en aquellos momentos y los enfrentamientos no tienen rasgos tan trágicos, parece que las sociedades latinoamericanas no llegan a encenderse. No obstante, no debemos olvidar el clima sociopolítico de aquellos años cuando tantos fueron asesinados, desaparecidos, torturados, presos, exiliados. Esta situación se vivió también en las Iglesias, y entiendo que es muy importante recordar el modo sobrio, tranquilo, y al mismo tiempo que firme, con el que Míguez participó. En enero de 1966, ISAL organizó una reunión muy importante en El Tabo, Chile. Allí se desarrollaron debates muy vivos. El encuentro fue anterior a la fase caracterizada por la violencia y la arbitrariedad militar. Sin embargo, se presentía lo que ocurrió pocos años después. Míguez Bonino, Richard Shaull y Joaquim Beato (profesor de teología bíblica, especialista en Antiguo Testamento) tuvieron la responsabilidad de guiar a los demás participantes en la reflexión. Se quería llegar a clarificar asuntos que producían inquietud y ansiedad. Algunos de los participantes ya tenían respuestas a esas cuestiones y no estaban dispuestos a discutir y a reflexionar con calma. Míguez Bonino dio dos conferencias donde siguió la teología de Karl Barth. El teólogo suizo, cuya posición de izquierdas era conocida, y que fue uno de aquellos que tomó una decisión radical de luchar contra el nazismo, fiel a su trayectoria afirmó que el camino a seguir era el de la revelación bíblica. Míguez desarrolló un pensamiento que siguió una línea similar. Shaull y Beato entendieron que la posición de ISAL debía ser mucho más radical: propusieron “una teología de la revolución”.

En julio de 1966 tuvo lugar la Conferencia Mundial de Iglesia y Sociedad. Fue organizada por el CMI sobre el tema “Las revoluciones tecnológicas y sociales de nuestro tiempo”. Fue en Ginebra. José Míguez Bonino no participó. Los delegados latinoamericanos, eran en su gran mayoría miembros de ISAL. A través de la deliberaciones de la Conferencia dieron muestras de estar muy bien preparados para aportar elementos que apelaban al movimiento ecuménico a avanzar, tomando decisiones que desafiaban a la mayoría de los representantes de las Iglesias reunidos en Ginebra. Richard Shaull estaba presente y fue un expositor muy importante. Su reflexión fue en favor de que los cristianos deberían actuar como lo hacen las guerrillas, presentación que de cierto modo llevó a algunos delegados de las iglesias a recordar las propuestas que Ernesto Che Guevara había elaborado poco tiempo antes sobre la necesidad de la lucha revolucionaria.

En diciembre de 1967 tuvieron lugar cuatro conferencias ecuménicas en Piriápolis, Uruguay: una convocada por el Comité Preparatorio de la Unidad Evangélica en América Latina (UNELAM), otra por ULAJE (Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas), la tercera por la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos (FUMEC, Sección Latinoamericana), y la última por ISAL. Entre los propósitos para llevar a cabo estas “Jornadas Ecuménicas” de manera conjunta estaba el deseo de crear un ambiente propicio para el testimonio unido de todos estos agentes. Los que organizaron estos encuentros entendían que era imprescindible un análisis de la situación latinoamericana, como marco necesario antes de emprender cualquier interpretación teológica. Míguez Bonino no participó. El grupo de ISAL tuvo a su cargo la responsabilidad de presentar el análisis. Rubem Alves fue invitado a hacer la reflexión teológica principal; estaba terminando la redacción de su tesis doctoral en el Seminario Teológico de Princeton (EU), que él utilizó sustancialmente para dar su conferencia. El título de su disertación fue Toward a Theology of Liberation. A partir de la presentación de Alves, que pocos meses después de las reuniones de Piriápolis fue designado Secretario de Estudios de ISAL, todo lo que se relacionaba con la liberación fue la preocupación teológica más importante de los grupos de ISAL.

Cuatro puntos deben ser recordados de las Jornadas de Piriápolis; primero: que ISAL se definió a sí mismo como “grupo secundario” entre la sociedad y la Iglesia. En consecuencia, no debía intentar llegar a ser una “vanguardia”, especialmente en lo que tenía que ver con sus relaciones con las iglesias. Segundo, como grupo secundario, ISAL decidió trabajar en programas de educación popular, siguiendo las propuestas elaboradas por Paulo Freire en su libro Pedagogía da liberdade. Esta decisión fue fundamental para poner en marcha el programa llamado “Educación para la Justicia Social” (EPJS), que estuvo orientado y dirigido por Jether Pereira Ramalho desde Brasil. Tercero, por lo que tenía que ver con la vida de ISAL y las iglesias, las comunidades de ISAL entendieron que podían desempeñar una función comparable a la de los mosquitos, que pican y molestan a los animales más grandes, pudiendo llevarlos a transformar su conducta. Cuarto, como “grupo secundario” ISAL escogió abrirse a la participación popular, posición que fue ratificada en la reunión latinoamericana de Iglesia y Sociedad que tuvo lugar en Ñaña, Perú, en julio de 1971.

Entre 1967 y 1972, los regímenes militares reaccionarios y autoritarios se implantaron y se afianzaron en casi todos los países de la región. Algunos grupos de ISAL fueron reprimidos violentamente: Bolivia, Brasil, Uruguay… Este proceso condujo a que, en ocasión de la reunión que tuvo lugar en Alajuela (Costa Rica, marzo de 1975), se tomase la decisión de terminar la existencia de la Junta Latinoamericana de Iglesia y Sociedad, y transformar lo que era permitido por las circunstancias en un nuevo grupo, que continuó con algunos programas de ISAL. El grupo se denominó Acción Social Ecuménica Latinoamericana (ASEL), y entre los aspectos programáticos de los que se ocupó cabe mencionar de manera especial la publicación de la revista Cristianismo y Sociedad y de otros materiales por la Editorial Tierra Nueva. Míguez Bonino continuó su participación en ISAL, a pesar de los riesgos crecientes que se cernían sobre quienes militaban por los derechos humanos y las causas sociales. Algunos de sus libros y artículos fueron publicados por Tierra Nueva. Entre los mismos recordamos: el prefacio de la versión española del libro de Rubem Alves que ya hemos citado, que recibió el título Religión: ¿opio o instrumento de liberación? También “La violencia: una reflexión teológica”, en Cristianismo y Sociedad (1971: pp. 5 – 11); “Unidad cristiana y reconciliación social: coincidencia y tensión”, en Fichas de ISAL (38 -39, pp. 3-9); “Nuestra fe y nuestro tiempo”, en Cuadernos de Cristianismo y Sociedad (4, pp.4 – 12); Espacio para ser hombres (Tierra Nueva, 1975), etcétera.

Creo que en la década de los años 1970 Míguez escribió y publicó algunos de sus mejores libros: Ama y haz lo que quieras. Hacia una ética del hombre nuevo (La Aurora, 1972); Doing theology in a revolutionary situation (Philadelphia, 1972), que fue publicado en España por Sígueme, en Salamanca, bajo el título La fe en búsqueda de eficacia. Una interpretación de la reflexión teológica latinoamericana de liberación. Es particularmente importante el texto escrito en 1975, cuando fue profesor visitante en Selly Oak: Christians and marxists. The mutual challenge for revolution, publicado por Eerdmans, de Grand Rapids. No fueron éstos solamente sus escritos publicados; es evidente que fue un escritor prolífico; podríamos seguir con la lista de lo que escribió y publicó. Deseo mencionar especialmente Toward a Christian Political Ethics (Philadelphia, Fortress Press; 1982). Entre las obras que publicó con otros cabe mencionar The Dictionary of the Ecumenical Movement (Ginebra-Grand Rapids, Consejo Mundial de Iglesias-Eerdmans, 1991).

Fue un teólogo de la liberación. Para él, la teología de la liberación es una teología ecuménica. En cierta oportunidad le escuché decir de modo muy claro: “No hay una liberación católica ni protestante. La liberación es una lucha de todos.” El tema de la libertad y, más concretamente, el de la liberación, estuvo siempre presente en sus reflexiones. Como se ha visto antes, su compromiso con ISAL tuvo esa motivación. Lo expresó claramente en la reunión de teólogos iberoamericanos que se llevó a cabo en El Escorial (España, en 1973). La corriente teológica que se ha denominado “teología latinoamericana de la liberación” comenzó a tomar forma a fines de la década de los años 1960 y principios de la siguiente. Irrumpió como un fenómeno generacional: según ya hemos indicado, fue hacia fines de 1950 cuando, bajo el impulso de los acontecimientos revolucionarios que estaban ocurriendo en Cuba, fueron muchos y muchas que optaron por una acción en favor de cambios históricos radicales. La juventud sintió el reto planteado por una situación estructural injusta que clamaba por ser transformada. Los teólogos, atentos a la novedad que se advertía en el proceso histórico, no sólo de Latinoamérica, puesto que los seres humanos tratan de luchar por su liberación en diversas partes del planeta, comenzaron a reflexionar sobre el sentido que tiene la fe en el contexto de una acción liberadora. Algunos teólogos trataron de entender qué ocurría en la vida del pueblo, sobre todo de los pobres. Sin embargo, no se trató de la aplicación de un plan concertado. Varios de estos teólogos ni siquiera se conocían: Rubem Alves no tenía informaciones sobre el pensamiento de Gustavo Gutiérrez. A Míguez Bonino y a Segundo les ocurrió algo parecido. José Comblin, Jon Sobrino, Porfirio Miranda, Enrique Dussel, Sergio Torres, Hugo Assmann, Leonardo Boff, Emilio Castro, José Oscar Beozzo y otros más, comenzaron a asumir la necesidad de reflexionar acompañando al pueblo que busca liberarse. Eso los llevó a tomar conciencia de que era necesario un nuevo paradigma al hacer teología.

El pensar teológico no puede olvidar la tradición. No obstante, ser fiel al misterio de Dios, exige reflexionar sobre los símbolos de la fe teniendo en cuenta la práctica y el contexto existente. La teología de la liberación se desarrolla teniendo sobre todo en cuenta las señales de la acción de Dios que irrumpe en la historia dando lugar a situaciones que llevan a reinterpretar creencias que nos parecían inamovibles. La tradición muchas veces nos conduce a repetir lo que ya fue; mas en el proceso histórico ocurren hechos que a veces ponen en tela de juicio nuestras certezas. Cuando los datos de la realidad nos intiman a que nuestro pensamiento se abra a hechos no previstos, hay tradiciones que no pueden continuar existiendo. Es la evolución de la vida que exige que la reflexión teológica sea vital. De ahí que una teología viva, como es el caso de la teología de la liberación, es muy consciente que no se trata de respetar dogmas y tradiciones sagradas. Es una teología pastoral.

Como la que hizo exclamar a Pascal: “¡Fuego! Dios es Dios de vivos y no de muertos.” La experiencia de quienes participan en esta forma de pensar la fe, ha llevado a formular nociones convergentes y complementarias. Las voces de quienes estaban aislados comenzaron a interactuar, a articularse, a reflexionar juntos. Ocurrió además, otra cosa más importante: la juventud llegó a superar sus dudas y falta de orientación. Los escritos de Míguez, sus conferencias, su servicio académico y eclesial, son ejemplos claros de este modo de hacer teología.

Otro rasgo importante de la teología de la liberación tiene relación con su método. Es un nuevo modelo, como se ha dicho: de un nuevo paradigma, y no es por cierto el modelo del pensamiento que se formula en el contexto de lo que se ha llamado “cristiandad”: la fe al servicio del poder secular. La mayoría de los teólogos de la liberación explican que el camino a seguir corresponde a tres momentos: ver, juzgar y actuar. Sólo es preciso ser receptivos al sentido de los símbolos de la fe para participar en este proceso. Ver significa que tenemos que ser conscientes de la situación que el pueblo experimenta. Es el momento en el que la comunidad comparte lo que vive, sobre todo lo que se opone a su ejercicio (praxis) de la libertad. Juzgar, el segundo momento, se produce cuando la situación examinada es sometida a la autoridad de la Palabra de Dios. Es una fase crucial, que tiene lugar cuando la comunidad cristiana estudia la Biblia a partir de lo que ha visto. El tercer momento, en el que, sobre la base de lo que se ha visto y examinado, la comunidad decide cómo actuar, qué testimonio dar de la fe que la anima, e intenta mostrar del modo más concreto posible su obediencia a Dios. Es una metodología comunitaria y popular. Tiene una fuente de inspiración en el camino que propuso seguir Paulo Freire cuando elaboró su pedagogía como ejercicio de libertad.

No es una teología que refleja ni manifiesta poder. Es una expresión que viene desde abajo, de los que sufren la opresión. No se impone. Manifiesta el poder del evangelio de Jesús de Nazaret como mensaje que apela a los pobres y desheredados. Hay voces que han criticado a la teología de la liberación señalando que induce al error porque apela al marxismo cuando, en el primer momento del método (Ver) trata de comprender el contexto de la comunidad. Quienes expresan esta opinión no consideran los puntos de partida de la teología de la liberación: primero, que se construye desde una conciencia de ser oprimido. El evangelio que anuncia la proximidad del reino de Dios (Mc 1.15) proclama la justicia. Importa subrayar que es un mensaje de “buenas nuevas a los pobres”, que anuncia esperanza para los oprimidos. Exhorta a tener fe (dicho de otra manera, a vencer el miedo). No es un mensaje de resignación, sino del anuncio de la acción del Espíritu, movimiento de liberación (2 Cor 3.17). Míguez hizo el llamamiento a ser libres cuando escribió Faith in a Revolutionary Situation (1975).

Hay muchos que entienden que la teología de la liberación no ha evolucionado, y que no ha tiene en cuenta los cambios que han ocurrido en la historia. Se considera que induce a una concepción petrificada de la liberación, y continúan afirmando que la pobreza solo puede ser superada por medio de la insurrección revolucionaria. O sea, continúan repitiendo un discurso que pretende ser radical, pero que se refiere a la liberación como dogma. Otros, en cambio alegan que los pobres no tienen otra alternativa que aceptar su condición. Son aquellos que niegan que pueda haber transformaciones profundas en los procesos humanos. Sin embargo, basta observar que hubo cambios y que siguen produciéndose transformaciones. Ya no vivimos en el tiempo en el que la mayoría de los pueblos latinoamericanos eran dominados por dictaduras militares. Esto no quiere decir que los pueblos no busquen superar la opresión y la pobreza. Los seres humanos siguen empeñándose y luchando por los derechos sociales, por las libertades. En muchas situaciones, las sendas que conducen a la liberación son sorprendentes (Is 55.8-9): transformaciones y mudanzas nos toman desprevenidos. Por eso, las veredas que se orientan hacia la libertad tienen grandes riesgos. Estamos llamados a percibir que son los pobres y los oprimidos quienes tienen el privilegio de avanzar por esos atajos. Al constatarlo, entendemos que la voz evangélica sigue viva. Por lo tanto, la teología de la liberación sigue vigente.

A partir de sus 70 años, Míguez se aproximó al grupo de teólogos que se reúnen en la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL): René Padilla, Samuel Escobar, Pedro Arana y otros. En momentos en los que sus fuerzas habían decaído, le gustaba de afirmar su identidad: “Soy evangélico. Y, a través de toda mi vida, confieso que soy parte de la comunidad evangélica”. Ha sido una confirmación de la fe que ha impulsado siempre su servicio a la iglesia y a la sciedad. En 1994, al tener la responsabilidad de ofrecer las Conferencias Carnahan en ISEDET, publicadas en inglés con el título Faces of Latin American Protestantism (Grand Rapids, Eerdmans, 1997) y en español: Rostros del protestantismo latinoamericano, hizo una exposición en la que el análisis crítico se combina con un cariño y afecto que abraza a las comunidades evangélicas. A medida que desarrollaba su pensamiento, Míguez supo construir canales que aproximan a la diversidad de expresiones de la fe evangélica en América Latina, dando muestras de que no fue sólo un teólogo que reflexionó sobre la reconciliación, sino un verdadero ministro a su servicio.

El costo de la esperanza en el Reino de Dios

Es de perogrullo afirmar que la teología cristiana se construye en contextos históricos cambiantes. Los grandes teólogos del siglo pasado subrayaron esta convicción y la demostraron constantemente: Karl Barth, Paul Tillich, Dietrich Bonhoeffer, Karl Rahner, Nicolás Berdiaev, Hans Küng y otros han reflexionado sobre la vivencia de su fe en la historia. Esta es el escenario de la presencia y acción del misterio de Dios. Los teólogos de la liberación han desarrollado sus reflexiones siguiendo este camino. Míguez Bonino es un ejemplo claro de quienes entienden que la explicitación de los símbolos de la fe (por el discurso o por la acción) exige hurgar en todo lo que acontece en los procesos que afectan a seres humanos. Esto genera un alto costo (según la expresión de Bonhoeffer: “es una gracia costosa”). Míguez

Bonino es otro teólogo que ha dado sustancia a su pensamiento.

Entre los recuerdos que guardo de José Míguez y de su testimonio de teólogo cristiano, puedo mencionar varios que señalan el valor y el coraje que dieron sustancia a su fe. Son memorias que me hacen pensar en el Evangelio de Marcos, en el pasaje donde se cuenta que Jesús, con los discípulos, propuso ir a “la otra orilla” al caer la noche. Tenían que atravesar el lago, y Marcos narra que se levantó una fuerte borrasca que dio la impresión a los que acompañaban a Jesús que la barca podía zozobrar. Los discípulos, muy perturbados despertaron a Jesús que dormía. Entonces, Jesús “increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!” El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” (Mc 4.35-41. Ver también Mt 8.23-27; Lc 8.22-25). En estos textos Jesús enseña que lo contrario de la fe es el miedo. Hay que vencer el temor, el amedrentamiento, para dar testimonio de que se siguen sus pasos. Eso hizo Míguez cuando, después del golpe de estado contra el gobierno presidido por Salvador Allende, muchos grupos (entre ellos algunas comunidades e Iglesias) se sorprendieron por el gran número de refugiados que marchó al exilio. Para muchos que tuvieron que dejar Chile, el camino del ostracismo pasó por la vecina Argentina. Estuvieron obligados a pasar un tiempo en este país antes de buscar refugio en otro donde se podrían sentir menos angustiados y más seguros. Apoyar a refugiados políticos era una decisión que llevaba a correr enormes riesgos. Sin embargo, algunos cristianos (junto con otras personas movidas por la solidaridad hacia quienes padecían la injusticia y la violación de sus derechos) hicieron la opción de fundar el Comité Ecuménico de Apoyo a Refugiados. Míguez Bonino fue vicepresidente; Emilio Monti, también metodista, asumió la presidencia. Los miembros del Comité estaban dispuestos en todo momento y circunstancia a prestar servicio a los refugiados. El Comité dispuso que el edificio de ISEDET sirviese como abrigo para muchos perseguidos políticos. ISEDET ayudó a que muchos de los que escaparon a la violencia de la dictadura militar llegaran a recomponer sus existencias. El lugar donde se enseñaba la teología estaba abierto sin interrupción; esto significó que también podía ser utilizado por los servicios represivos. Entre quienes corrieron un peligro muy grande estuvo José Míguez. Además, a medida que el tiempo transcurrió, la situación argentina fue cambiando: el Justicialismo ganó las elecciones nacionales y Juan Domingo Perón regresó de un exilio que duró casi dos décadas. Murió en 1975 y su viuda asumió la responsabilidad de conducir el país. Duró poco tiempo como presidenta; fue depuesta por una junta militar en marzo de 1976.

El autoritarismo militar impuso el terror. El drama de los refugiados, además de afectar a chilenos, uruguayos, bolivianos, paraguayos, brasileños, se transformó en tragedia para muchos argentinos. Fueron muchos “los desaparecidos” que llegaron a ser asesinados por quienes se encargaron de aplicar la violencia militar (los números varían: hay quienes hablan de 7.000, en tanto otros alegan que fueron alrededor de 30 000). La cuenta es espantosa. El Comité Ecuménico de apoyo a los Refugiados continuó con su servicio, en un contexto cada vez más difícil y peligroso. La preocupación por los refugiados pasó a ser la defensa y promoción de los derechos humanos. Míguez Bonino continuó militando. Hubo desaparecidos entre quienes trabajaban con la misma orientación: Mauricio López, Óscar Alajarín entre ellos. La labor del Comité Ecuménico fue una valiosa colaboración al esfuerzo de otras organizaciones, entre las que hay que nombrar a las “Madres” y a las “Abuelas” que manifestaban semanalmente en la Plaza de Mayo.

La terrible situación argentina comenzó a cambiar. En 1982 tuvo lugar la guerra de las Malvinas, que dio un nuevo impulso a la dominación británica sobre el área de esas islas. El año siguiente los militares tuvieron que dejar el ejercicio del poder, y se celebraron elecciones nacionales. Infelizmente, el gobierno no pudo administrar convenientemente la situación en vigor. Nuevas elecciones llevaron otra vez al peronismo al gobierno. Fue en el contexto de este proceso que tomó fuerza en la opinión pública la conciencia de que era necesario reformar la Constitución nacional. Entre muchos creció la idea que Míguez Bonino sería un buen candidato para la Asamblea Nacional Constituyente. Míguez dudó durante un cierto tiempo; hizo consultas a muchas personas, hermanos y hermanas en la fe, amigos, otros que podían darle consejos. Finalmente, decidió presentarse como candidato. Previamente, dio a conocer su opinión en una carta pública en la que dijo que cuando aceptó el llamado a ser ministro evangélico, siervo de la Palabra de Dios, entendió que no debía participar en actividades políticas. Al tomar la decisión de presentarse a elecciones para ganar un escaño en la Asamblea Constituyente, suspendió aquel parecer, y explicó los motivos que lo guiaron a ello. Su actitud fue un testimonio de transparencia. Fue coherente consigo mismo, con su vocación de teólogo evangélico ecuménico, maestro, testigo y guía tras el rastro de Jesús.

Fuente:

Julio de Santa Ana. (2012).   DISCÍPULO, TESTIGO Y MAESTRO: JOSÉ MÍGUEZ BONINO † (1924-2012).  Tomado de https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=8&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwiquJjskdjdAhUFr1kKHQ_KAqEQFjAHegQIARAC&url=http%3A%2F%2Fwww.redcristianaradical.org%2Fuploads%2F3%2F4%2F5%2F3%2F34530228%2Fj_m_bonino_semblanza.pdf&usg=AOvVaw3fVhfpkcP-vIDtj0gM1qQ4

 

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